La relación del hombre con el dinero nunca ha sido fácil, se podría caer en un primer puritanismo de verlo como un mal absoluto que condena, o en el reduccionismo que puede prescindir totalmente de lo material, pero ningún extremo es convincente.
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En realidad, el dinero y los recursos financieros están y las instituciones deben necesariamente aprender a darle la dimensión justa de lo que representa y significa.
Un ejemplo referencial, que debería llamar a la conciencia de todos, son los recientes casos de corrupción en el Vaticano con fondos presuntamente del Óbolo de San Pedro. Sin entrar en detalles ni en descalificaciones, al ver estos lamentables episodios es necesario exigir y vivir el título de esta nota: ¡Que los pobres no sean la excusa!.
Vivir con los pobres y no de los pobres
Si a los políticos se les adosa la culpa de utilizar a los pobres para la demagogia y el populismo, a la Iglesia no se le puede justificar la corrupción, en nombre de los pobres.
Y no es solo el Vaticano, son las diócesis, las fundaciones, las parroquias, las personas normales comunes y corrientes que deben saber que los pobres no pueden ser una excusa para la laxitud, ni para la corrupción. Es una situación inversa a lo esperado, o lo que es lo mismo, peor la cura que la enfermedad.
Y con esto no se pretende generalizar que todas las obras sociales de la Iglesia son corruptas, no es así, pero en todas y en todos (acá si cabe), puede estar la tentación de vivir de aquellos que más lo necesitan, servirse de aquellos que están en el “centro del Evangelio”. Por eso la clave está en vivir con y no de los pobres.
Sería perverso y contradictorio, y la antítesis de lo que Jesús propone, pues la perspectiva identitaria del Señor con el que tuvo hambre, tuvo sed, fue forastero o estuvo en la cárcel, no es para medias tintas, ni para aprovecharse y sacar un poco de partido. Es para examinarnos al final de la vida.
Los pobres no son una cifra
Los pobres, efectivamente no son un número, no son una estadística, no son una excusa del discurso, ni un argumento positivo en la prédica, son el desafío social para abrir la existencia al Bien Común y a la Solidaridad, eso que la Doctrina Social llama firme determinación para el amor.
Sin embargo, también puede tenerse la firme determinación para el mal, para el egoísmo, para el enriquecimiento ilícito o para el aprovechamiento estéril de aquellos que más necesitan.
Ya lo decía el teólogo, Enrique Cambón, en su extraordinario aporte social a la luz de la Trinidad: “no basta hablar del pobre”, eso sería reductivo, e incluso demagógico. La persona utilizada como medio para un fin.
El Papa Francisco en su reciente mensaje para la Jornada Mundial de los pobres abarca esta falla al comprender el desafío humano y social de la pobreza:
“Con gran humildad deberíamos confesar que en lo referente a los pobres somos a menudo incompetentes (…) La pobreza debería suscitar una planificación creativa, que permita aumentar la libertad efectiva para poder realizar la existencia con las capacidades propias de cada persona”.
Es decir, libertad enfocada en el bien, y en responder desde la transparencia financiera una acción coherente con el testimonio cristiano que el mundo espera, no solo de las instituciones, sino sobre todo de sus miembros. Por eso, hay que seguir insistiendo: ¡Que los pobres no sean la excusa!