Paseando llevado de la mano de San Ignacio. Por acercarme más a su conversión más exactamente. Esto es lo que yo hice. Un 31 de julio un jesuita solo puede escribir guiado por la mano de Ignacio. Y allí acompañando (o siendo acompañado) el nuevo éxodo bíblico. El de los Emigrantes y Refugiados de hoy -en el País Vasco y en el mundo entero- buscando su tierra prometida para hacerla también suya. Porque de ellos es toda la tierra. Como lo es tuya y mía, de este y de aquel si nos organizamos bien. Contemplar las heridas propias o ajenas nos puede llevar a la conversión.
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Paso a paso. Verso a verso. Sumándome al silencio, incluso al mediodía, de otros paseantes que parece que caminan de puntillas para no romper “esos baños de silencio” (Paul Claudel) que todos necesitamos y que el jardín del Santuario de Loyola nos regala. Y así, de este modo, para poder escuchar otros pasos con el rumor del rio Urola a nuestro lado. Rodeando por los caminos laterales al jardín central que contiene la espléndida estatua del vasco más universal de la historia. Es de Antonio Oteiza. En el centro. Su bordón de peregrino (salió de aquí por su propio pie, y regresó en camilla) arrojado al suelo y su hatillo sobre la tierra. Ignacio, humillado ante Dios, en tierra vasca (como juraban algunos lendakaris). Delante de una pequeña mujer –con un niño en brazos (Virgen de Aranzazu) que supieron lo que era huir y buscar refugio. De esto quiero hablaros: de los refugiados adonde me acercó el carisma de Ignacio. Que de acompañar a los sufrientes sabe un poco.
¿Has entrado en los ojos de un refugiado?/¿Has visto las puertas del desánimo?
Lo he intentado. Mirarles a los ojos. Incluso lo hice alguna noche pasada, pues los 15 paneles con muchos rostros y miradas con los que entrecruzarse llevan iluminación LED -como luciérnagas en el camino– para poder visualizarlos. Es una iniciativa ejemplar de Alboan (en concierto con el Santuario de Loyola), que canaliza una labor organizadamente, blanco sobre negro, desvelando la cruda realidad de las y los migrantes. Y que descubre –y esto no es simplemente una bonita exposición sino un itinerario vital– sus dolores y tragedias no solo en sus viajes de tránsito, sino en sus países de origen y en los de su destino. Acciones como esta, comenzadas en Loyola que pueden enriquecer la necesaria integración. La necesitada de mayor visibilidad también para los muchos –que no aparecen en las páginas de sucesos- que ya están en España con nosotros y que requiere del acompañamiento, el servicio y la defensa de los refugiados y migrantes (valores bien ignacianos por cierto). Justicia y solidaridad que dicen los de CONFER.
“¿Has entrado en los ojos de un refugiado?”. Escrito está en la fotografía del cayuco saliendo del Senegal para intentar llegar a Canarias. Un precioso y brillante azul marino me llevaba a la actualidad de hoy y a dolorosamente dejarme atravesar por las miradas que quizás desde el fondo del mar, o en el anonimato de su trabajo callado, están esperando –desesperadamente- salir a luz. Y a su lado otro panel y con otra fotografía que me cegaba con otra luz. Como contraste. Esta vez, no azul, sino amarillenta y cálida: En terrenos casi desérticos donde un tren mexicano va descargando a trompicones seres humanos tristes, dolientes… jóvenes que me preguntan desde la universal diversidad: “¿Sabes lo que es dejar tu infancia y tu adolescencia en un lugar para ir a buscarte lejos de quien fuiste?”
Las mujeres del Congo que transportan sacos de coltán miran mis andares y mis espaldas. “¿Has ido descalzo por los pasillos del dolor que se abre en sus cabezas?”. Descalzas por caminos polvorientos y con el dolor en sus espaldas hecho peso y más peso que solo piensa en llegar al terminar la larga jornada y quizás besar a alguien ¿su hijo? ¿Sabes si las hormigas de esperanza pueden con las ballenas de tristeza de sus hombros?
¿Has visto la piel de Europa cubierta de blindajes,/sus fronteras cayendo sobre el corazón/de los niños de la guerra,/de los padres más rotos del mundo?
Algo (¡muy poco¡) he visto. Pero hay que pararse ante ellas. Esto ultimo es imprescindible. Esta vez los refugiados en el corazón de Loyola me “obligaban a hacerlo”. Detenerse. Y saber mirar. Así me susurraba Ignacio al oído. Detenerse y saber mirar. Lo que la herida le produjo al de Loyola. Pararse y mirar hacia fuera y hacia dentro Y comprometerse. Y descubrir también casi como escondido a un niño de la guerra (quizás hijos de unos padres de los más rotos del mundo) que desafiante entre muchos adultos saca su lengua en un panel. ¿A quién escupe o a quién desafía? Probablemente a mí que no sé acompañarles. Y quizás añada: “¿Sabes que mi padre es refugiado?”. Quizás tengo que hacer como Ignacio. Dejar mi ropa y mi mucho equipaje por los suelos, para quien quiera recogerlo y así seguirle con las cojeras propias del ser humano, con la cruz a cuestas.
¿Te das cuenta de esas vallas/que frenan el destino de quien/nació con menos suerte que nosotros?
Un niña intenta romper esas vallas con un arrugado papel como única arma que levanta al cielo donde ha escrito un “S.O.S” que vale por todas las pancartas del mundo. Mientras su jersey rosa con dibujos infantiles apunta a la inocencia que le invita a seguir jugando, y los pendientes en forma de estrellas y las uñas pintadas de rojo gritan sin hablar que quiere llegar a ser mujer adulta y… libre.
¿Has visto las maletas llenas de nada/de quien deja atrás su vida para siempre? ¿Has ido a tientas por un mundo ciego/que nos recuerda que tú y yo fuimos ellos no hace mucho? ¿Has visto los pies y los omóplatos/de quien oye el ruido de las bombas a su espalda?
Me los visualizan aquellos que están huyendo de la guerra en Masisi, al este de la República Democrática del Congo. Síntesis de las migraciones que forman parte de la historia de la humanidad y que nos recuerda que todos somos descendientes de inmigrantes. O huyendo de la guerra en Siria a su paso por Hungría rumbo a Alemania. Gotas de agua. Cada una de ellas por sí sola son reflejo de millones de personas obligadas a abandonar su tierra de nacimiento en las últimas décadas. Como un tsunami humano (por cierto la exposición también habla de los refugiados ambientales).
Hasta quince evocadoras estaciones de millones de fugitivos de la vida imposible.
¿Y el lujo en las tiendas de campaña?/¿Lo has visto? ¿De verdad?/¿Has visto a los gobiernos sortearse/el porvenir de los más tristes del mundo?/¿Y la realidad reducida a sucias cifras, la inhumanidad de la burocracia?
Por eso es importante seguir implantando cada vez más y con más eficacia –en lo público y en lo privado, o en conjunción de ambos- sistemas de acogida e inserción.
¿Y viste a este planeta/permitiendo la carnicería que trajo estos lodos,/el doble rasero que hay en cada guerra? ¿Has visto eso?/¿Todo ese dolor?
Yo lo intento, en el día de San Ignacio. Quien no se ciñó a su personal dolor en la pierna quebrada que le llevó a Manresa. Herida que no le dejó en casa sino que encontró un peregrinaje interior que le condujo a su particular Iglesia en salida, una experiencia profunda y un examen de su vida, en el lecho y en los caminos. Se “giró” hacia Dios de forma lenta, pausada, amasada por su peregrinar a Arantzazu, Manresa, Jerusalén, Alcalá, Salamanca, París, Roma. Buen ejemplo para no centrarnos solo en nuestras heridas personales e institucionales. Ojalá se nos alcance la gracia de traspasar la mirada hacia Dios (quizás mirando paneles y sobre todo vidas como los de esta exposición) y volver el corazón de cara al Señor de la Vida para arriesgarse y acercarse a nuevos relatos vitales creativos. No solo hacia dentro de la Iglesia sino mucho más hacia afuera. Mucho más. Magis. Como Ignacio que sabe, tras la herida, que lo importante es poner primero a Dios incluso en el quebranto irreparable de su herida y para redirigirle y regenerarle hacia las otras heridas a las que acercarse.
Ignacio en su hogar natal 500 años después, apoya de manera imperceptible su mano en los visitantes recientes de la exposición. Y hace la última pregunta:
¿Y no has visto a tus hijos en los ojos de esos niños?
P.D. El poema ‘Refugiados’ que ilumina este texto también como luciérnaga en la noche– es de Marwan Abu-Tahoun Recio, nacido en Aluche (Madrid), hijo de padre palestino y madre española conocido como Marwan (Madrid, 5 de marzo de 1979), cantautor y poeta español, nombrado ‘Músico por la paz’ en el Parlamento Europeo por sus múltiples participaciones en conciertos solidarios.