Tomamos como punto de partida un criterio de discernimiento: “Lo abstracto nos paraliza, en lo concreto se abren caminos de posibilidad”. Supongamos que una joven creyente, tocada por las circunstancias sobrevenidas con la pandemia provocada por el Covid-19, se pregunta dónde está Dios en estos momentos y qué mensajes envía a través de los acontecimientos que se están viviendo.
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Esta joven tiene personalidad para dejarse cuestionar en sus creencias; más allá de su impotencia o desánimo, fuerza o esperanza, desea encontrarse con Dios en la profundidad de lo real y descubrir a qué le está llamando. Esta joven, que simpatiza con el papa Francisco y está de acuerdo con él en la necesidad de discernir los signos de los tiempos en cada época histórica para lograr una vida auténticamente cristiana, sabe que ha de hallar en su apretada agenda tiempos para la oración y a alguien que le acompañe en su particular aventura espiritual. Esta joven vive con los ojos abiertos y elige con actitud crítica sus fuentes de información; no le es indiferente ni la pauperización sostenida y cada vez mayor del mundo ni las reivindicaciones de las mujeres.
La siguiente reflexión procura mostrar empatía con esta joven concreta, focalizando el interés en una pastoral del ser, que determina y posibilita una praxis pastoral que atiende a subrayados que ofrece el papa Francisco. Parte de una intención; se requiere una gracia: ser con Cristo, ser Pueblo de Dios, ser en red. Se proponen diferentes textos para conversar sobre las cuestiones planteadas, con el deseo de que el diálogo ayude a generar acciones en común en la pastoral con jóvenes.
La religiosidad juvenil
A finales del siglo XX, el profesor Andrés Canteras, estudioso de los jóvenes en un mundo en transformación, profundizó sobre la religiosidad de estos y afirmó que, en los últimos años, los jóvenes habían variado y diversificado sus formas de creer, hasta el punto de que se debía hablar más de ética individual que de religiosidad.
En el año 2015, el investigador Eduardo Vizcaíno señalaba dos claves para comprender la nueva religiosidad que mostraban los jóvenes: un Dios difuso y el desapego a la institución eclesial. Recientemente, el informe ‘Laicidad en cifras. Análisis 2020’, de la Fundación Ferrer i Guàrdia, indicaba que entre los jóvenes es donde encontramos una proporción más elevada de personas con adscripción a opciones de conciencia no religiosa (superan el 50% en la franja de edad de entre 18 y 24 años, y representan el 48% entre los 25 y los 35 años).
Seguidamente, el informe ‘Jóvenes españoles 2021. Ser joven en tiempos de pandemia’, de la Fundación SM, llama la atención sobre una explosión posmoderna de lo sagrado, con la incorporación de creencias ajenas al catolicismo, arraigada –¡ojo al dato!– especialmente entre “católicos practicantes” y “no muy practicantes”.
Estos estudios sociológicos indican que hemos de ser cautelosos a la hora de establecer y referirnos a la relación ‘jóvenes-religión católica’; se hace imprescindible la comprensión de los datos, destacando su inserción en los sujetos que los viven y en el contexto general de una metamorfosis de lo religioso que afecta de manera evidente a la práctica religiosa.
Preguntas por contestar
Además, suscitan preguntas: ¿asistimos a una difuminación de los contornos propios del catolicismo a través de la experiencia religiosa de jóvenes que se consideran a sí mismos católicos? ¿Hay un rebrote de nuevos fenómenos en las fronteras de las religiones tradicionales? ¿Hasta qué punto está influyendo en la religiosidad de los jóvenes el hecho de que, en la base de la cultura secular moderna, aparezca una definición de ser humano principalmente empírica que le sitúa más en relación con la naturaleza que con Dios? ¿A dónde nos va a llevar, en el ámbito del pluralismo religioso, el ejercicio de autoconciencia de los propios jóvenes en el que también obra el Espíritu Santo?
La explosión posmoderna de lo sagrado a la que se alude en el informe de la Fundación SM, publicado en plena pandemia por el Covid-19, afianza el reto que tiene ante sí la Iglesia católica de recuperar y anclarse en lo más genuino de la experiencia religiosa cristiana: el encuentro personal con Jesús nos revela que somos hijos de un único Dios Padre-Madre, somos entre sí hermanos-hermanas. Reto o –quizás con más acierto– llamada a la conversión: situar a Jesucristo en el centro de nuestras vidas a través del discernimiento.
En la expresión ‘ser con Cristo’, se aúnan la condición humana y divina de Jesús como referente para la praxis pastoral. Los cristianos deseamos generar una fragancia social que incluya al unísono fraternidad y filiación divina, a partir tanto de la contemplación del Jesús histórico como del encuentro con el Cristo de la fe. “Sin él [referido a Jesús], la persona de Jesucristo no sería más que el producto de la imaginación de los hombres y no interesaría más que al historiador de las religiones o al psicólogo de las profundidades.
Y a la inversa, sin la referencia a Jesucristo, figura central del cristianismo, el personaje histórico Jesús pierde gran parte de su interés. Por lo tanto, lo que es interesante es la relación de Jesús con Jesucristo”. Hoy se requiere –y el papa Francisco lo ve claro, como indica Rafael Luciani– un giro a la praxis de Jesús como referente principal de todo quehacer teológico-pastoral y Buena Nueva para la generación de procesos de cambio en la mentalidad global actual. (…)
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Índice del Pliego
I. UNA INTENCIÓN, UNA GRACIA
1. Ser con Cristo
2. Ser Pueblo de Dios
3. Ser en red
a) Ser “todos” para “todos”
b) Ser a través de las redes virtuales
- Sobre ‘el’ mundo de hoy
- Sobre ‘la’ juventud de hoy: jóvenes líderes católicos
II. “BUSCAR JUNTOS LA VERDAD EN EL DIÁLOGO, EN LA CONVERSACIÓN REPOSADA O EN LA DISCUSIÓN APASIONADA” (FT 50)