“Una vez más aparece en primer plano una realidad que nos golpea: transitamos una auténtica pandemia de sufrimientos, entre ellos las adicciones y otros trastornos mentales severos”. Así se expresó la Comisión Nacional de Pastoral de Adicciones y Drogadependencia de la Conferencia Episcopal Argentina (CEA) para manifestar su preocupación por las consecuencias de este virus en la salud mental de la población.
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También mencionaron el sedentarismo como la base donde convergen otras enfermedades individuales y sociales. Destacaron que para tender a la armonía, debe cuidarse tanto la salud física, como la psicológica y espiritual.
Cultura del descarte
Desde hace tiempo, esta pastoral viene exponiendo que “la diseminación de la droga combinada con la disociación comunitaria que se instala con la cultura del descarte, produce una crisis psico-sociológica y del sentido de la vida, que se expande y se agrava con consecuencias epidemiológicas de escala”, especialmente en los barrios populares.
Los miembros de la Comisión destacan que los jóvenes de los barrios necesitan jugar, comer, dormir, un destino compartido. Su realidad no puede reducirse a un sujeto abstracto, “una especie de epifenómeno*, mezcla de ideas de época, deseos individuales y virtualidad”.
Optar o no por una ley de salud mental no alumbra el camino hacia soluciones efectivas. El encierro tampoco sana sin una estrategia sólida para la salida. “Significa literalmente arrojar a la persona sufriente hacia la nada misma”, aseveran. Proponen como alternativa reconciliar el saber psiquátrico con planes de acción concretos; no recrear vacíos ni tramas débiles que se conviertan en trampas para los más desprotegidos.
Cuando un ley propone el ideal de implementar acciones de inclusión social, laboral y de atención en salud mental comunitaria sin concretarlos ni garantizarlos, es doblemente nocivo porque se “normaliza” la ausencia de soluciones simultáneamente con una proclamación de derechos. La Comisión afirma que “Una ley no cambia mágicamente la realidad”.
En el 2010, se sancionó la Ley Nacional de Salud Mental que estableció que el 10% del presupuesto sanitario debía destinarse a este ámbito de acción. Esto está lejos de cumplirse. Para los miembros de la pastoral, los hechos resonantes y dolorosos que se presentan son producto de la falta de responsabilidad, y de no cumplir con ideales como la interdisciplina y la intersectorialidad.
El valor de la comunidad
Consideran que la primera tarea es abrazar la persona, recibir la vida como viene. La segunda es acompañar a las comunidades organizadas para atender procesos de cuidado integral de la salud. Debe existir una comunidad dispuesta a hacerse cargo del otro sufriente. “Es la actitud del buen samaritano”, dijeron.
Para ellos, la propuesta lanzada hace tiempo de las 3 C (club, colegio, capilla) es la respuesta esencial de abordaje que se puede replicar en todo el territorio. Y agregaron: “Nosotros abrazamos cuerpo, mente y alma”.
En este comunicado, titulado “Salud mental para el pueblo”, los responsables de la Comisión creen que la salida del Covid es tiempo de oportunidad para un diálogo sobre el sistema de salud y los límites que lo definen; un momento para reconocer los aportes de las organizaciones comunitarias para encarnar procesos de salud, desde un planteo de redes comunitarias.
Salud integral
“Pensar y ejecutar un sistema de salud integral atento a la real escala epidemiológica de las enfermedades mentales, las adicciones y el sedentarismo, nos exige estar a la altura de los tiempos”. A modo de ejemplo, reconocieron que más de una decena de millones de niños y jóvenes, demandan ser re-afiliados y religados a un sistema deportivo y formativo cotidiano con urgencia. “Cada día de abandono de un niño a la nada, erige una nueva violencia”.
Consideran que las familias necesitan de comunidades terapéuticas, apoyadas, financiadas y guiadas por el sistema sanitario, que trabajen por los derechos humanos y con suficiente método científico, lejos de conceptos como “manicomio”.
“Nuestras urgencias afectan a mayorías y estas no entran en las guardias de los hospitales”, expresaron los responsables de la pastoral de adicciones. Por eso, resaltan que las relaciones fluidas entre club, colegio y capilla, sumadas a las redes de atención primaria de salud, aparecen como una fusión de horizontes posiblemente estratégica.
Para revertir esta situación, proponen que el Estado invierta y desarrolle servicios adecuados, dialogue con todos los sectores y, sobre todo, reconozca las instituciones vitales de los barrios.