La nota impactó y fue difundida por casi todos los medios de comunicación, un accidente aparatoso en el que varios motociclistas que alcanzaron velocidades de 250 kms/hr perdieron la vida. Las causas fueron múltiples, el motivo: exceso de velocidad.
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Lamentablemente muchas personas viven así con prisa, toman una actitud que los hace vivir en una carrera vertiginosa, siempre queriendo ganar tiempo, rebasando a quien se les atraviese, buscando llegar antes que nadie. “Las autopistas nos llevan más rápido a ningún lado”.
Alguna vez leí esta frase y se quedó en mi memoria como una reflexión para la vida. A veces así se vive, con mucha prisa, se quiere ganar tiempo, se vive contra reloj, sin percatarse que por vivir así, lejos de ganar tiempo se pierde. Observamos frecuentemente el reloj, por actividades, juntas, acciones que nos hemos propuesto seguir, la rutina nos recuerda que nada puede esperar, nuestra vida se ha convertido en una carrera vertiginosa, en un estirar de tiempo con la sensación de que siempre nos hará falta.
Empezar a vivir con calma
La mayoría de nosotros estamos acostumbrados a vivir con prisas y agobios con un nivel muy alto de exigencia y ajetreo, siempre con el tiempo en nuestra contra. Todo lo queremos rápido: las soluciones, el éxito, la comida, los objetivos que nos proponemos. Llevar este estilo de vida puede llegar a ser adictivo, aunque no podemos olvidar que por más que corramos, el reloj siempre va ir más rápido de lo que queremos, es imposible que podamos abarcar y cubrir todo.
Las personas que viven con la prisa lo hace también con estrés y ansiedad, muchas veces olvidan disfrutar el momento presente. Nuestro cuerpo y alma sufren las consecuencias que nos someten a un estado de tensión que en muchas ocasiones puede llegar a superarnos, al estar preocupados por el futuro que no debemos olvidar, es incierto.
Vivir a toda velocidad se ha convertido en un estilo, en algo aspiracional que sin duda está arrebatando la vida a algunos. Dios nos da esa calma tan particular, la que muchos no saben o ni siquiera buscan en sus vidas. La paciencia que nos lleva a descubrirnos valiosos ante un Padre Celestial, tranquilidad que debería bastarnos para vivir; sin embargo, en muchos corazones no se busca, no se desea, no se conoce.
He comprobado que la vida tiene un orden y un sentido cuando se le entiende y se le respeta, las cosas de Dios tienen una velocidad muy diferente, van tan lentas que se vuelven imperceptibles al ojo humano, simplemente aparecen y nos rodean. Si los jóvenes que tuvieron el accidente mortal hubieran desacelerado a tiempo, la noticia del inicio no sería titular de informativos.
Disminuir la velocidad a tiempo puede salvarnos la vida, podríamos tener una segunda oportunidad. Tal vez sea tiempo de quitar el pie del acelerador y empezar a vivir con calma. El Señor, el Dios Santo de Israel, dice: “Vuelvan, quédense tranquilos y estarán a salvo. En la tranquilidad y la confianza estará su fuerza” (Isaías, 30:15).