Flor María Ramírez
Licenciada en Relaciones Internacionales por el Colegio de México

El después


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En plena tercera ‘ola’, muchos países están enfrentando nuevas y más complejas emergencias. El pasado 14 de agosto, un terremoto de magnitud 7.2 sacudió Haití, cobró al menos 2,200 vidas y dejó incomunicadas por completo a diversas comunidades que todavía aguardan por los equipos de rescate y la ayuda humanitaria que pueda arribar, dos semanas después de esta tragedia. A esto debe añadirse, el clima de inestabilidad política que se mantiene tras el asesinato del presidente hace algunas semanas.



En México este fin de semana nos  tocó recibir el impacto del Huracán Grace. Degradado a ciclón tropical tras su paso por la Península de Yucatán, Grace cobró fuerza y potencia para convertirse en huracán categoría 1 y en horas categoría 2 pegando el viernes por la noche en las costas del Estado de Veracruz. El impacto de Grace está aún cuantificándose pero incluye pérdida de vidas humanas, viviendas, cultivos e infraestructura.

Tras el paso de toda emergencia, siempre habrá ‘el después’, un nuevo comienzo que depende muchas veces de la llegada de la ayuda humanitaria, de las redes, de las capacidades propias de personas y comunidades. En ambos casos, la solidaridad aun en tiempos de crisis y escasez no se ha hecho esperar por parte de personas y redes de las mismas comunidades, que teniendo poco deciden movilizarse, logrando llegar antes que las instituciones que tienen la responsabilidad de estar. En las más recientes emergencias, hemos visto cómo la gente se organiza para buscar y rescatar a sus heridos, sepultar a sus muertos, recuperar sus pertenencias, ofrecer albergue a quienes se quedaron sin techo, arriesgando incluso su vida, en medio de la pandemia; para apoyar a las personas en situación de vulnerabilidad.

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Estas emergencias que para algunos pueden parecer lejanas, no debería serlo, tan solo nos recuerda que estamos presenciando posiblemente la punta del ‘iceberg’, que tarde o temprano la fragilidad y la vulnerabilidad nos alcanza. Es nuestra Casa Común que lanza signos de asfixia de serios daños producto de nuestro estilo de vida. Tan solo recordemos que el pasado 16 de agosto el Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC) publicó su más reciente reporte sobre las bases físicas del cambio climático. Este ente es el de mayor autoridad respecto al tema. Entre las conclusiones más destacadas e incuestionables se tiene por un lado que el calentamiento global actual es atribuible totalmente a la acción de los seres humanos. Mientras que por otro, estamos cerca de tener cambios irreversibles.

Ya el Covid-19  ha sido una prueba de estrés, capaz de medir las fragilidades de nuestros sistemas. Un patógeno de dimensiones infinitesimales que seguramente estaba muy tranquilo en el bosque como muchos otros virus. Puso en jaque a toda la humanidad como un síntoma del desequilibrio creado en la relación con la naturaleza y la degradación progresiva de la Casa Común. Nuestro comportamiento arbitrario y agresivo con respecto a los ecosistemas, no refleja más que nuestra lucha por mantener el sentido de humanidad nesciente siempre en el corazón de hombres y mujeres de fe. El después para las personas y comunidades afectadas,  puede convertirse en una oportunidad de traer la esperanza a la Casa Común.