Celorio (Asturias). Huyendo del ruido y enfrentándome al silencio donde crecen nuestras preguntas esenciales. Y esto supone, como decía el P. Arrupe, viajar “hacia el interior de las cosas, de las personas, de la vida”, renunciar a “revolotear sobre la superficie de las mismas para devolvernos a la verdad”. Porque ya se sabe: hay cosas que no se compran en la botica de la esquina. Hay que hacer la enorme y costosa diligencia de adquirirlas con el espíritu, y eso cuesta.
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Celorio. Entre el mar y la montaña. Allí me “largué”–como decía Atahualpa Yupanqui– para “doctorarme en soledades y proseguir mi camino”. No se contradicen, soledad y comunicación humana. Sí la soledad es un orgulloso apartarse, por desdén o misoginia, puede cumplir uno de los dos términos de aquel santo que afirmaba que “la soledad crea ángeles o demonios”. En mi caso –por pura gracia–, más cerca del vuelo y más lejos del fuego. Porque si la soledad es para es nutrirse en el hondón del propio ser, para enriquecerse con su conocimiento y con el pensar tranquilo y orado, esa es la justa preparación para darse más y mejor.
Pues eso. Allí, ocho días de Ejercicios Espirituales, excelentemente acogido en la casa de Ejercicios tan bien dispuesta, al lado del perfil rocoso del Cristo configurado en una de las rocas de la costa. Cuya evocación se te mete adentro en tu propio mar. Alli estuve,agradecido y acompañado por las palabras justas que ayudan y la música adecuada que sintoniza con lo vivido. Pidiendo ver –desde la alegría y el compromiso– “todas las cosas nuevas en Cristo”.
Unos baños de silencio
Estos necesarios baños de silencio como decía Paul Claudel no son dejar como ajenos los dolores y gritos humanos, sino que son para la integración de los mismos en el devenir y en la construcción de tu propio camino. Un silencio que se llenaba de los gritos del oleaje del Cantábrico hasta donde llegaban los gritos de los adultos, las mujeres y los niños de Haití, Agfanistan, Ceuta etc. Todos esos gritos humanos hechos dolores y espinas en un rostro Crucificado cuya palabra es una débil voz,como un susurro a veces, pidiendo agua porque tiene sed. Gritos de sed desgarradores de tantos y tantos que por otras muchas y muy distintas razones no quieren oir ciertos ruidos que ensordecen y abruman. Buscan otro tipo de silencio: el de la ausencia de la guerra, de los terremotos, del desamparo en la calle. Porque…
“Un trueno estalla en el cielo
su rugido embiste los oídos
de quien no olvida el eco de las bombas.Las mujeres se tiran al suelo
cubren, asustadas, las cabezas de sus hijos
la lluvia deforma el paisaje
convirtiendo esta aldea
en un campo de círculos mal dibujados.En tierra de azufre y sal
no crece la hierba.La vida se detiene: no existe techo ni piel para tanto miedo”.
Cartografía de un abandono
En algún rato leía estos días versos de poesía social. Entre ellos los citados, que son de Paloma Camacho Arístegui que ha recogido en un poemario su experiencia como cooperante en el campo de Katsikas (Grecia) y que en 2017 uno de los poemas de ‘Cartografía de un abandono’ llamado ‘Miedo al ruido’, inspiró un proyecto social del mismo nombre. Se trata de un vídeo musical cuyo objetivo es denunciar la verdadera situación que sufren millones de personas debido a la inhumana gestión de Europa y por extensión del mundo. Similar a las lentas y mudas respuestas de hoy, y tantas veces, ante refugiados y empobrecidos de Agfanistan, Haití, Ceuta…
Optar por el silencio enriquecedor (que provoca la palabra que denuncia y siente) o huir del ruido que embrutece y aniquila. En ambos casos buscando la Vida. De eso se trata.