(José Lorenzo– Redactor Jefe de Vida Nueva)
“En algunos sectores de nuestra Iglesia sucede algo parecido: por más manos de pintura que se den, por más luminotecnia, mercadotecnia y hasta pirotecnia que apliquen, no consiguen hacer desaparecer de su mapa genético los rasgos de quienes han estado siempre vueltos hacia sí mismos”
El Museo del Prado, en esa nueva política de convertirse en un clásico moderno –algo así como los altos ejecutivos los viernes, cuando se visten “de calle”–, acoge la exposición “Las meninas de Richard Hamilton”, un acercamiento a la obra de Velázquez a través de los ojos de Picasso y revuelto todo ello con la espátula del pop art.
Aunque doctores tienen las Bellas Artes para juzgar el resultado, en las variaciones expuestas aún se percibe el rastro de la endogamia en los rostros de algunos personajes, acta de defunción de la dinastía de los Habsburgo que pintó con osada maestría el pintor sevillano.
En algunos sectores de nuestra Iglesia sucede algo parecido: por más manos de pintura que se den, por más luminotecnia, mercadotecnia y hasta pirotecnia que apliquen, no consiguen hacer desaparecer de su mapa genético los rasgos de quienes han estado siempre vueltos hacia sí mismos, atentos a los cromosomas CV (cristianos viejos, vamos), aislados a voluntad del contacto exterior por miedo a elementos patógenos descontrolados.
Realmente no es éste un fenómeno exclusivo de nuestros días. Papas hubo que firmaron bulas prohibiendo que las iglesias acogiesen a fieles que viniesen de otras zonas. Entonces, probablemente, tuviesen que ver con esa manera de obrar las razones pecuniarias. Hoy, la endogamia es un hongo que crece por falta de ventilación y genera fundamentalismo.
El fenómeno se repite en muchas jornadas y congresos. Salvo contadísimas excepciones, suelen presentar un plantel de oradores para, se entiende, ofrecer puntos de vista que iluminen la tradición desde la óptica de la modernidad y ayuden a sus oyentes a transitar por la vida sin apearse de su fe ni del mundo. Las más de las veces, sin embargo, se convierte en forraje a varias voces.
Si abriesen un ventanuco verían que el mundo no es malo. Y la Iglesia está enviada a hablar con él, de tú a tú, sin complejos, pero ni desde arriba, ni con lamentos subterráneos.
En el nº2.703 de Vida Nueva.