Cuando le puse este nombre a la columna me dije ¡En qué enredo me metí! Como soy fiel a mi promesa de ser breve en mis columnas, no demoraré demasiado al lector en demostrarle que es verdad.
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Argentina en el siglo XIX, patria naciente como otras, tenía diferencias políticas, sociales, educativas, económicas y también una Iglesia debilitada. En Córdoba, en esa época se entrelazaron, se enredaron varios personajes (o profetas) que se hicieron cargo de la realidad y hasta ahora está vigente lo que fueron e hicieron.
Mismo camino pastoral
Mamerto Esquiú, catamarqueño, fue obispo de Córdoba y personalmente, al vivir su beatificación, descubrí que él junto a otros, que hoy también son reconocidos, como Tránsito Cabanillas, Catalina de María Rodríguez, Leonor de Santa María Ocampo, José Gabriel Brochero, José León Torres y Reginaldo Toro, hicieron juntos un mismo camino pastoral. Actuaron desde sus debilidades y sus carismas y le dieron otro rostro a esa realidad que se presentaba como muy dificultosa. Intuyeron que desde la búsqueda de respuesta a lo frágil, a lo diferente, a lo herido había un camino de salida. Creyeron que nadie se salva solo y formaron comunidades. No hicieron autobombo, proclamaron al Dios misericordioso de sus vidas.
Los rostros cambian y a veces las realidades persisten. De nuevo nos enredamos con miserias humanas que repercuten en todo lo que hace una persona: la cultura, la religión, la política, la educación, la economía, la sociedad…
Soñando una cosecha
Contemplando a los personajes del siglo XIX es que me animo a decir que es posible una Iglesia en salida y en comunión con muchos profetas como ellos, que sólo se animan a sembrar soñando una cosecha que quizás no recogerán. Comprendieron que no hay que apurarle el reloj a Dios y se entregaron a la esperanza, a la fe y a la caridad. Simplemente enredaron sus proyectos con la realidad echando las redes con el estilo de Jesús. Fueron profetas.
Me miro y creo que, con frecuencia, pierdo el tiempo enredándome en las redes que echo en una pecera, en un lugar seguro donde sé en donde las tiro y lo que voy a sacar. De ese modo no soy iglesia en salida ni fraterna ¡profeta, menos aún!
¡Tenía razón al comienzo! ¡En qué enredo me metí!
Es el enredo en que nos metemos todos cuando prometemos a Jesús que en su nombre echaremos las redes.