Las personas y las naciones muchas veces proclaman su bondad porque han olvidado el mal por el que deberían pedir perdón. A veces, esa sensación de bondad propia, fabrica el olvido desde el mismo día en el que hizo el mal, como lo hizo Poncio Pilato cuando se lavó las manos y se proclamó inocente a la misma vez que entregaba a Jesucristo para que fuera crucificado. Es el terrible pecado de decir “no tengo nada que ver”, cuando se omite hacer el bien porque se saca provecho del mal. Nos cantamos inocentes, pero no movemos un dedo para que las cosas cambien. Así los asuntos a nivel familiar, religioso, social y político.
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Para muestra, tomo el caso de mi propia y amada patria, Puerto Rico. Durante los primeros años del siglo XVII, es importante recordar que de San Felipe del Morro salieron las tropas de Puerto Rico enviadas por el Rey de España con la misión de ayudar a despoblar casi toda la isla de La Española. La historia dominicana habla de “las devastaciones” al referirse al triste suceso de cómo las tropas del Rey sacaban la gente de sus casas, quemaban los hogares, destruían pueblos y campos y ahorcaban a los que se resistían. Esos hechos tan violentos no aparecen en los libros de historia de Puerto Rico. La falta de “conciencia de pecado”, como le llamamos en la Iglesia, no siempre es del todo inocente.
Un caso histórico
El caso histórico que he relatado podría servir de fundamento para varias cosas. Primero, que Puerto Rico cumpla su deber de “pedirle perdón” al hermano pueblo dominicano. Pero segundo, que “revisemos” lo mejor que podamos nuestra historia, personal y colectiva, para encontrar las muchas veces en las que “nos sentimos bien” porque nos hemos encargado de borrar de nuestra memoria el mal que hicimos o el bien que dejamos de hacer. Los que sufrieron las consecuencias de nuestros pecados, tuvieron que pagar. Desde aquel fatídico siglo XVII, Puerto Rico ha servido, una y otra vez, a las aventuras del cruel imperio y no en vano el poeta Pablo Neruda decía que “los puertorriqueños de ese pueblo asociado, de manera singular combaten. Los americanos dan las armas y los puertorriqueños dan su sangre”. Mientras tanto, los puertorriqueños dejamos todo eso fuera de nuestra historia y proclamamos que somos un pueblo pacífico. ¿Cuántas cosas suceden en ese marco de nuestro proceso histórico?
Pero decía que debemos revisar nuestra historia como pueblo, pero también los hechos de nuestra historia personal. Quiero enfatizar en eso, porque mi propósito ha sido usar algunos detalles de nuestra historia nacional como ejemplo para hablar de algo que me parece más profundo. Como dicen en el Cono Sur: adentro.
La pureza de los hechos humanos no se basa en tener éxito, en obtener ganancias. Cuando un atleta es puro, su esfuerzo es dar lo mejor de sí cuando entra en la cancha. Un campeón de verdad no lo es porque llegue primero que los otros, lo es porque dejó en la lucha su mejor esfuerzo. Es decir, ese compitió contra sus propias debilidades, avanzó y se sacrificó al máximo. Un verdadero patriota no se mide, corazón adentro, por cuántos enemigos mató, sino porque estuvo dispuesto a darle todo su amor y sacrificio a la tierra de sus amores.
Un buen marido no es aquel que llenó su casa de dinero, sino el que la llenó de amor y todos los valores. La grandeza de la madre no es que levantó hijos saludables, sino la que dio el todo por el todo por sus hijos, sanos o enfermos.
A pensar. Cada bien que hicimos cuenta, pero también cuenta cada mal que hemos hecho o, peor, cada bien que dejamos de hacer. Recobrar la memoria histórica es urgente para continuar, y vivir bien.
A vivir. Puerto Rico. A vivir, hermanos pueblos del mundo.