Rafael Salomón
Comunicador católico

Contagiar el Evangelio con nuestras obras


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Las palabras que no van acompañadas de acciones son solo promesas y una gran cantidad de veces prometemos cosas por estar emocionados o enojados. Los seres humanos somos capaces de traicionar lo que un día prometimos hacer, pero las promesas de Dios siempre se cumplen, por eso la promesa que sale de boca humana no siempre es cumplida, muchos decimos tener fe, cuando realmente no hay acciones que la acompañan.



La fe sin obras está muerta porque la verdadera fe transforma nuestras vidas; también es cierto que las obras sin fe están muertas. Jesús dijo que algunos lo llamarían “Señor, Señor”, pero no entrarían en el reino de los cielos (Mateo 7: 21-23).

Algunas de estas personas no habrán demostrado el fruto de buenas obras, otros habrán hecho obras aparte de la fe en un esfuerzo por salvarse a sí mismos, sin duda alguna, la fe tiene que ser acompañada por actos a favor del Evangelio. Cuando tenemos verdadera fe en Cristo, somos hechos nuevos, nuestras vidas se transforman y resultan buenas obras.

hombre en parroquia

Más que buenos deseos e intenciones

La fe no es solo conocimiento intelectual; implica un cambio de vida. Nuestra fe se evidencia por la forma en que vivimos. Sabemos que hay diferentes clases de fe, una de ellas es la fe como certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. Por otro lado, tenemos la fe salvadora, sin fe es imposible agradar a Dios. “Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle?”. Santiago 2,14

¿De qué sirve si dices que tienes fe pero no tienes obras para demostrar que realmente la tienes? ¿Podrá esa fe salvarte? La respuesta que nos da Santiago es que no te puede salvar. Así que, hay que tener algo más que buenos deseos y buenas intenciones. ¡Hay que lograr esos buenos deseos por medio de la fe!

La fe sin obras está muerta, privada de la esperanza y de la caridad. Tan solo basta mirar a nuestro alrededor para darnos cuenta de la cantidad de ayuda que podemos dar, al vecino, al familiar, a quienes están sufriendo la guerra, los huérfanos, enfermos, a los que no tienen un techo, los refugiados e inmigrantes, viudas, alcohólicos, drogadictos, sería una lista interminable.

Debemos examinar nuestros corazones y preguntarnos: ¿Estoy realmente en la fe?, ¿mi fe es una fe viva o una fe muerta? ¿cuáles son las evidencias de mi fe? ¿doy ejemplo con mi vida? ¿en el trabajo? ¿en la escuela? ¿en la iglesia? Vamos pues con fe, realicemos obras y compartamos la buena nueva. El Evangelio es posible en nuestros tiempos. La fe muerta es simplemente creer, la fe viva es confiar.