El retorno religioso que parece que impulsa el fundamentalismo islámico es, en realidad, un proceso de secularización radical. Este es el resultado de años de investigación internacional sobre radicalización y violencia en el Islam, que ha llevado a cabo el sociólogo suizo-marroquí Réda Benkirane (n.1962), autor de libros como ‘Desorden de identidad’ (Cerf, 2002) o ‘Islam, a la reconquista del sentido’ (Pommier, 2017). Cuando los medios describen la conquista Talibán de Afganistán como un retorno de lo religioso, yerran el diagnóstico. Es todo lo contrario: es la destrucción de la religación y la trascendencia, el totalitarismo es esencialmente incompatible con lo espiritual.
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La tesis de Benkirane se puede extender a todas las religiones: el fundamentalismo, contemplado externamente como una fuerza resacralizadora, en realidad es la mayor fuerza de secularización de la sociedad y, especialmente, de los jóvenes. La ateización que ha experimentado todo Occidente en la últimas dos décadas es resultado de ese uso ideológico, corporativista y político de la religión. El ateísmo que no logró el comunismo en el siglo XX, lo ha cosechado el fundamentalismo religioso.
Misterio, gratuidad y amor
En general, la ideologización de lo que debería ser una experiencia religiosa, anega una dimensión del ser humano que es crucial y da forma íntimamente a nuestra vida. La verdadera experiencia religiosa solo puede hacernos humildes, pacíficos y fraternos, pues nos vincula en el misterio, la gratuidad y el amor.
El uso de la religión para denigrar al adversario político, a colectivos, territorios y, muy especialmente, a aquellos correligionarios que no comparten esa violencia disfrazada de falso coraje, es todo lo contrario a la trascendencia. Cuando una fuerza prima el integrismo y el institucionalismo –poner los intereses materiales corporativos por encima de la libertad de conciencia y diversidad de existencia–, se convierte en el gran secularizador.