(Joaquín L. Ortega-Sacerdote y escritor) La opinión pública y los medios de comunicación social tienen una noción no siempre correcta sobre algunas cosas de la Iglesia. En lo que hace a su estatuto, suelen aplicarle, sin más, el cliché civil. Como si el Presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE) fuera el Jefe de la Iglesia en España y los obispos una especie de gobernadores de las diócesis en representación del gobierno central. Es decir, de la Conferencia Episcopal Española.
A aclarar este tipo de confusiones dediqué no poco tiempo cuando me tocó oficiar de portavoz del Episcopado. Ahora veo que los equívocos siguen en pie y, dada la proximidad entre el relevo en Añastro y las elecciones políticas generales, se tiende a atribuir a ambos procesos idénticos términos y categorías. Debe quedar claro que el Presidente de la Conferencia Episcopal Española no es el padre superior de los obispos. Basta con que sea un primus inter pares, un buen moderador y representante del Colegio Episcopal. Se trata de un colegio que goza de un dinamismo peculiar, viejo en la historia de la Iglesia, y relanzado por el Vaticano II. En tal dinamismo eclesial no entran ni los partidos ni las proclamas. Todo lo hace la colegialidad.
Que esto sea así y que así lo parezca es primordial. Más en el caso presente, en que algunos topetazos Iglesia-Estado pueden haber distorsionado el auténtico cliché eclesial. A la pregunta recurrente sobre quién debería ser el próximo Presidente de la Conferencia Episcopal Española, yo respondería: “Alguien que, como el actual, viva la colegialidad y esté dispuesto a ser sólo un primus inter pares”.