Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

Pintar la vida de color blanco religioso


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Hay imágenes que te hacen caer en la cuenta, de repente, de algo que habías tenido delante todo el rato. Eso me sucedió el otro día cuando compartía un curso con un grupo de Hijas de la Caridad en Castellnovo. Mientras daba una vuelta alrededor del recinto me llamó la atención que los coches estaban aparcados uno junto a otro y todos eran blancos. La imagen me resultó un poco cómica en sí misma y me recordó cuántos otros automóviles blancos he conducido yo también en mi Congregación a lo largo de la vida.



La escena me resultó tan simpática que subí una imagen a twitter, y las respuestas no tardaron en llegar. Hubo quien recordó que, en lugares de calor, es mejor un coche blanco. Hay quien recordó la importancia de ser más visibles en condiciones adversas, también que es más sencillo de reparar e incluso que se veía menos la suciedad. Aun así, creo que la clave realmente importante y lo que hace que sobreabunden en la Vida Consagrada hasta convertirse casi en un complemente más es por ser más baratos. Y aunque este sea un motivo más que suficiente para optar por este color, a mí me parece que podríamos darle un sentido un poquito más profundo, capaz de ir más allá de la austeridad y retratar algo de aquello a lo que está invitada esta vocación en la Iglesia. Al menos, eso podría parecer si volvemos la mirada a la Escritura.

El blanco en el libro del Apocalipsis

El Magisterio eclesial ha hablado siempre de la condición de ‘signo’ de la Vida Consagrada y de cómo, de algún modo, nuestra existencia tendría que apuntar hacia lo definitivo, mostrando con nuestra forma de vivir que Dios cumplirá sus promesas y llevará a plenitud su Reino. Esta comprensión tiene mucho que ver con la idea de victoria definitiva y de resurrección, que el libro del Apocalipsis expresa a través del color blanco. De hecho, se dice que “el vencedor será revestido de blancas vestiduras” (Ap 3,5).

coches blancos

Aunque no corresponde mucho con cómo nos imaginamos el color de un prado preparado para la cosecha, el cuarto evangelio describe como “blanqueados” los campos que ya están preparados para la siega (cf. Jn 4,35). Lo hace, además, en un pasaje que remite a la dinámica evangelizadora, en la que unos siembran y a otros les toca recoger el fruto de lo que no habían trabajado. Del mismo modo, las distintas formas de Vida Consagrada nacieron, precisamente, como respuesta audaz a las diversas necesidades pastorales de cada momento histórico. Vamos, que el blanco también nos remite a la tarea evangelizadora.

Con todo, quizá lo que me parece más sugerente es que esa piedra en la que está escrito ese “nombre nuevo” que recibiremos del Señor también es blanca (cf. Ap 2,17). Esa denominación expresará nuestra identidad profunda, la que nos dice entera y entrañablemente y que cada vocación cristiana pretende ayudar a descubrir. Está claro que si las Instituciones religiosas compran los coches blancos probablemente sea una medida de austeridad, pero ¿acaso no podemos darle un sentido más profundo?