Una pandemia que nos tomó por asalto y puso al rojo vivo muchos cambios justos y necesarios por realizar, nos hizo atravesar aceleradamente distintas instancias políticas, sociales y culturales que comenzaron a minar el territorio de la comunicación.
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Desde la Iglesia en su conjunto también nos hemos sumergido en este mapa de descontroles, precisamente por no parar. Digo a orar, reflexionar y discernir cómo llevar adelante las acciones de la comunicación según una conciencia sostenida sobre la voluntad de Dios que es la que, si queremos verlo, suele mostrarnos siempre la realidad real que nos interpela claramente.
Sin duda, orar para que seamos comunicadores dignos de las expresiones que nuestros pueblos y el Pueblo de Dios necesitan para mostrar a la manera de Jesús los dolores de la injusticia, los ocultamientos de la verdad y la desmesura de las violencias en las que vivimos. Orar para llevar un mensaje que quiere dar sentido a la vida de las personas y que, por gracia de Dios, está más allá de nuestras voluntariosas expresiones. Orar para discernir el mensaje, las herramientas y los canales que permitan mostrar que estamos en verdadero y profundo diálogo con Dios y con las personas.
El papa Francisco ha dicho sin rodeos que hay que profesionalizar la comunicación eclesial y a la vista está todo lo que él mismo ha hecho y hace a diario desde el Vaticano para amplificar el mensaje que no es otro que el de la Buena Noticia. En esta apuesta por ser una Iglesia que sabe comunicar, tenemos que poder ser autocríticos, porque ya podemos apreciar algunos de los efectos que se han producido, subidos a ritmo de la montaña rusa.
Buscar la diferencia
Vamos constatando el vacío que ejerce una compulsiva manera de querer mostrar. Vemos el desafío impuesto por el compás de la cháchara marketinera que nos “marca” y nos hace ONG, diría el papa. Entonces aparecen las invasoras cuotas de egoísmo que se producen cuando no construimos una verdadera comunidad comunicadora y nos cortamos solos. Hay una creciente falta de planificación porque todo debe ser dicho ahora mismo según mandato de la tiranía de las redes. Vemos la enorme excentricidad del saber mundano en las expresiones sin contenido y sin espera de las exquisiteces del banquete. El de Isaías, digo.
Asimismo, experimentamos que a algunos equipos de comunicación −que por imperio de la pandemia se pusieron a la cabeza de las pastorales− los desbordó la espuma de la inmediatez y, en el apuro, se quemaron por fuera y quedaron crudos por dentro. Y también pudimos ver el desarrollo de las banalidades guasaperas que inundaron el quehacer de nuestra Iglesia como si de un producto de supermercado se tratara.
Así nos comenzó a suceder que los y las profesionales de la comunicación que ingresan a la comunicación eclesial no siempre pueden advertir que justamente lo profesional, no es lo que hace la diferencia, si bien puede contribuir a cimentarla.
Podemos observar un sumergirse en la búsqueda de la data, la info, el gráfico, el dato, la imagen, la foto, el título, el lema que permita hacer el cartel, la redacción apurada de la gacetilla, el informe, la folletería o los boletines, las necesidades imperiosas de los programas de radio y televisión, podcast o todo aquello que habilite a poner algo en las redes instantáneamente. Hay una manera de hacer, pero sin horizonte de sentido, de la que somos responsables y tenemos que hacernos cargo antes que influencers de moda nos empiecen a cobrar por nombrar al Amor.
Todo esto, porque la comunicación eclesial dista mucho de ser lo que el mundo y las instituciones creen que es la comunicación en general.
Vocación profética
Porque en la iglesia de Jesús −y por consiguiente en la comunicación eclesial− todo empieza desde abajo, como el fuego que calienta. No es la superestructura lo que hace a nuestra comunicación, es nuestra relación personal y comunitaria con Él la que da cuenta del orden comunicacional, lo sostiene y lo sustenta. Porque quien hace la diferencia es Jesús. Y normalmente, las facultades no enseñan lectura orante.
Empezar desde abajo tiene que ver con escuchar las necesidades reales y cotidianas de todo el pueblo que se expresa en nuestras diócesis: creyente y no creyente, originario y migrante, porque en Mateo 28 se expresan todos los todos de Jesús.
Empezar desde abajo es ser parte de las comunidades, conocerlas, participar y dolernos junto a cada hermano o hermana que sufre. Y es también, buscar las maneras de acompañar a decir lo que duele y encontrar las forma de manifestar a Jesús en los dolientes y agobiados de nuestro tiempo. Esto, hoy, nos incluye a todos y todas.
Jesús comunicó con decisión y lo hizo con hechos y palabras. Él es el maestro de maestros. Y Él es la Palabra viva que trasciende nuestros pobres tiempos y espacios. Como reza el lema de la Diplomatura en Animación Bíblica de la Pastoral es Tiempo de Palabra. Y buscar data, info y lemas para comunicar a la Iglesia se hace desde la cercanía con la Palabra, apasionados por Jesús, y en plena conciencia espiritual de lo que supone comunicar lo que se ha contemplado, con sentido de trascendencia.
No podemos ser profesionales de la comunicación que le dan una mano a la Iglesia porque otros no saben hacerlo. La Iglesia necesita de la vocación y el profesionalismo de personas de fe, paradas en la búsqueda de la voluntad de Dios, con vida sacramental y amorosa experiencia personal con las tres personas de la Trinidad.
La Iglesia de Jesús necesita que la comunicación sea cristocéntrica, con vocación profética cargada de esperanza y en la búsqueda permanente de la donación del mensaje que sólo reside en su Palabra. Porque Jesús no es un dato.