De vuelta a su ciudad natal, el teólogo jesuita Víctor Codina (Barcelona, 1931) deja atrás décadas de docencia: primero, en su tierra y, desde 1982, en la Facultad de Teología de la Universidad Católica Boliviana de Cochabamba, donde alternó las clases con un intenso trabajo en la pastoral popular.
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Aquellos primeros años suyos en América Latina coincidieron con el florecimiento y posterior cuestionamiento de la Teología de la liberación, una corriente teológica que revolucionó la Iglesia –del Vaticano al último rincón del planeta– y cuya gran novedad fue “mostrar que la pobreza no es casual, sino fruto de estructuras económicas y políticas injustas, y que otro mundo es posible”.
PREGUNTA.- ¿Qué queda hoy de la Teología de la liberación?
RESPUESTA.- Queda un gran impulso eclesial y social para cambiar las estructuras injustas de la sociedad, una fe comprometida con la justicia, inseparable de la solidaridad con el hermano necesitado, una renovación eclesial: obispos, verdaderos Santos Padres de la Iglesia de los pobres; parroquias y comunidades de base comprometidas con los pobres; una vida religiosa inserta en medio de los marginados; el testimonio de muchos mártires, víctimas de gobiernos militares y dictaduras que se profesaban defensores de la civilización cristiana occidental.
P.- ¿Se cometieron excesos en nombre de la Teología de la liberación? ¿Y a cuenta de ella, por parte de Roma?
R.- A la Teología de la liberación se la acusó de reducir la fe a lo socio-político, de convertir a Cristo en un simple revolucionario político, de aplicar a la Iglesia la lucha de clases de inspiración marxista, de fomentar la violencia… Hubo dos instrucciones de la Congregación para la Doctrina de la Fe: la primera (1984) veía en la Teología de la liberación un compendio de errores graves; la segunda (1986) reconocía que el concepto de liberación forma parte del mensaje cristiano.
La Teología de la liberación dialogó con el marxismo como santo Tomás dialogó con el aristotelismo, pero no aceptó su ideología dialéctica materialista atea. No redujo la salvación de Jesús a lo socio-político, sino que enseñó que la salvación no solo se refiere a lo personal y a después de esta vida, sino que incluye la dimensión histórica, como hizo Jesús, que curó enfermos, expulsó demonios, dio de comer al pueblo hambriento y se identificó con los pobres.
No predicó la lucha de clases en la Iglesia, sino que deseó que la Iglesia fuera, como pedía Juan XXIII, la Iglesia de los pobres. Tampoco la Teología de la liberación convirtió al pobre en centro de su reflexión: su centro siempre ha sido Jesús, el Reino, el Evangelio, el misterio pascual, la fe de la Iglesia.
Es innegable que en todo este movimiento hubo algunas exageraciones e imprecisiones, radicalismos e ingenuidad, pero no fue la tónica general de la Teología de la liberación ni de los grandes teólogos, algunos de los cuales sufrieron amonestaciones y censuras. Las críticas a la Teología de la liberación son a menudo críticas al Vaticano II, que no aterrizó en el tema de los pobres, pero en Gaudium et spes habló de discernir los signos de los tiempos en la historia (GS 1; 4; 11; 44).
Patrimonio eclesial
P.- ¿En qué momento algo que empezó siendo una inspiración profética pasó a considerarse una desviación herética?
R.- No creo que hubiera ningún desvío de la inspiración profética a la herejía. El Magnificat de María, el programa de Jesús en Nazaret, las bienaventuranzas y la parábola del Juicio final no son heréticos.
P.- ¿Ha sabido entender la Iglesia, más allá de América Latina, el verdadero valor y alcance de la Teología de la liberación?
R.- Lo que al comienzo pudo parecer extraño, ha ido convirtiéndose en patrimonio eclesial. La opción por los pobres y la justicia es una tarea pendiente, según Juan Pablo II, para la Iglesia del tercer milenio. Benedicto XVI afirmó en Aparecida (2007) que la opción por los pobres está implícita en nuestra fe cristológica. A las Iglesias del norte les cuesta aceptar una teología del sur, no colonial, que critica la grave situación de dependencia y exclusión que sufren los países del sur.
No se puede hacer teología desde un despacho, al margen del clamor del pueblo. Los estudios bíblicos han puesto de relieve la importancia del derecho y la justicia en el Antiguo Testamento, y han acentuado la praxis del Jesús histórico con los pobres. Los Padres de la Iglesia denuncian la injusticia, los pobres son llamados “vicarios de Cristo”, la vida religiosa mendicante y apostólica nació con un deseo de responder a la pobreza desde motivaciones evangélicas, la Doctrina Social de la Iglesia subraya la dimensión social del Evangelio.
La novedad de la Teología de la liberación es mostrar que la pobreza no es casual, sino fruto de estructuras económicas y políticas injustas, y que otro mundo es posible.