El tráfico de la vida misma impone la necesidad del sosiego. Para escribir y para muchas otras cosas. Cuando los acontecimientos variados y con precipitación van acortando el tiempo del sosiego, de la oración, del examen pausado del propio acontecer cotidiano, etc., se impone ese momento cuidado y amoroso de la tranquilidad necesaria que la añoranza te trae para recurrir, necesariamente, a sentir hoy que estás vivo. O al menos ser consciente de ello.
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Ciertamente no es el sosiego la asimilación de la paz del cementerio, sino la serenidad necesaria para que la cruda realidad –cercana al sacramento religioso, porque por ahí se cuela Dios– no enerve más las relaciones sociales tantas veces llenas de intolerancia, ruido y griterío.
En estas cuitas andaba yo. Preocupado también por la intolerancia, la desfachatez, el barullo y la infamia frente el pastoreo del papa Francisco. Y el engaño y la soberbia poderosa que supone poner la ideología por encima del evangelio y las conveniencias personales. Y preocupado también por el silencio de muchos que deben (incluso que dicen) defenderlo.
En este clima, la información me trajo la aparición del libro ‘Lo que esconde el sosiego’, escrito desde el Instituto Universitario de Estudios sobre Migraciones (IUEM) y editado por FOESSA. Un estudio dirigido por Alberto Ares, director del Servicio Jesuita a Refugiados (JRS Europa), y Juan Iglesias, de la Universidad Pontificia Comillas, ambos investigadores del dicho Instituto.
El ruido sosegado
No es precisamente una propuesta literaria al hilo de lo que Cervantes escribe en el prólogo de El Quijote cuando habla de que “el sosiego, el lugar apacible, la amenidad de los campos, la serenidad de los cielos, el murmurar de las fuentes, la quietud del espíritu”, es el ambiente más adecuado para que “las musas más estériles se muestren fecundas y ofrezcan partos al mundo que le colmen de maravilla y de contento”.
No. Aquí estamos ante la necesidad de ver lo que a veces esconde el sosiego, o un cierto ruido sosegado que puede estar tapando la presencia de un racismo comunitario de baja intensidad en los barrios populares, donde residen mayoritariamente la población de origen inmigrante.
“No hemos detectado durante la investigación –dicen los autores– que las propuestas antiinmigración de la extrema derecha radical hayan logrado movilizar política y electoralmente a los vecinos de barrios populares, ni que se haya politizado la cuestión inmigrante entre los vecinos nativos de estos barrios, ya que no han aparecido movimientos o plataformas sociopolíticas formales anti-inmigrantes”. Pero avisan: “El caldo de cultivo existe, y si no se interviene con decisión y firmeza en los próximos años, la situación de tranquilidad y sosiego actual puede cambiar de forma radical”.
Atención y respuesta
Una advertencia pertinente y que necesita de atención y respuesta (la misma que debería hacerse ante los ataques al Papa) no solo en los barrios populares –reflejo claro de mucha exclusión social–. Porque los prejuicios étnicos abordados con decisión desde un esquema intercultural, no solo inciden en la mejora de la convivencia grupal, sino también en la construcción de una sociedad y un país, más cohesionado social y étnicamente.
Para que el sosiego no esconda ni sirva de disimulo para la necesaria intervención en políticas estructurales y a pie de vecindad tendentes a la necesaria cohesión social (política de Estado y políticas ciudadanas o de asociaciones de vecinos). Y advertencia clara para crecer mucho más en mejores condiciones sociales y que a la vez generen mejores horizontes de vida entre las poblaciones entrelazadas de origen emigrante y las “autóctonas”. Como los autores dicen: “Políticas, pues, que encaren los problemas y el malestar social de fondo presente en los barrios populares, atacando sus raíces estructurales, y evitando, así, que pueda ser manipulado y convertido en malestar étnico” .
Y así poder soñar con la belleza de ciudades como Unamuno describía a la apacible y hermosa Salamanca en su poema titulado, precisamente, ‘Mi Salamanca’:
“Duerme el sosiego, la esperanza duerme
de otras cosechas y otras dulces tardes,
las horas al correr sobre la tierra
dejan su rastro”.
Dios quiera que, en las horas que hoy trascurren, dejáramos el rastro para la ciudadanía universal del sosiego. Como matriz que construyera, más y mejor, la cohesión social y la diversidad articulada que nos haga no escondernos sino salir a la luz esperanzadamente. Sin prejuicios, estereotipos, ideologías camufladas bajo capa de defensas identitarias… que solo buscan el propio amor, querer e interés. Es decir el egoísmo. Y se olvidan del Evangelio. Que vale tanto para defender al Papa como a los migrantes.