Recientemente, el presidente de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos, el arzobispo de Los Ángeles, José Horacio Gómez, realizó una conferencia en el Congreso de Católicos y Vida Pública, organizado por el CEU de Madrid, la cual giró sobre las nuevas ideologías y los movimientos sociales en Norteamérica.
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Durante su disertación, el prelado presentó argumentos convincentes para la comprensión del fenómeno ideológico de la contemporaneidad, pero con la ausencia cualitativa necesaria para una respuesta, que no caiga también en reduccionismos ideológicos.
El vínculo entre fe e ideología no es una dialéctica actual. Durante muchos años la Iglesia ha lidiado con diversas corrientes de pensamiento, pero con el paso del tiempo se ha comprobado que es más importante que haya libertad de pensamiento, que la prohibición del libre pensar.
Las ideologías son reductivas, parciales, solo ven una porción de la complejidad humana, y por tanto no pueden responder a la integralidad de la persona, bien lo decía el Papa Benedicto XVI: “no son las ideologías las que salvan al hombre, sino dirigir la mirada al Dios viviente”.
De las palabras del prelado llaman la atención algunos comentarios que pueden ser punto de inicio para nuevas discusiones, como por ejemplo, el afirmar que algunas ideologías y movimientos sociales contemporáneos deben ser vistos como “peligrosos sustitutos de la verdadera religión” ya que pretenden imponer una “civilización global (…) con valores humanitarios”.
La globalización nos incluye a todos
La globalización como fenómeno social no es un hecho reciente, sin embargo, ha quedado demostrado que los problemas de la humanidad son globales, es decir, nos afectan y atañen a todos, por ello la relación entre global y local emerge como camino conciliatorio entre ambos extremos, en términos del Papa Francisco, la realidad policéntrica.
Si los problemas son globales, no son de una parcialidad, son de todos, por tanto, todos son parte de la solución.
Sobre los valores humanitarios, posiblemente una manera de responder es desde los principios del pensamiento occidental influenciado por la antropología cristiana, en el que Jesús es el referente principal, como “verdadero Dios, y verdadero hombre”.
Si comprendemos los valores humanitarios desde Jesús, quien profese esos valores no es antagónico o contrario, pues cualquier esfuerzo por el reconocimiento de la dignidad de la persona, y sus implicaciones (deberes, derechos, defensa de la vida), tiene en su seno, la semilla del pensamiento cristiano.
¿Ateísmo, un nuevo enemigo de la iglesia?
El obispo menciona: “Las teorías e ideologías críticas de hoy son profundamente ateas”, lo cual tampoco es una novedad, el marxismo se basó en esto, negar cualquier aspecto trascendente, con aquello de que “la religión es el opio de los pueblos”.
El ateísmo es un fenómeno occidental, consecuencia del pensamiento moderno, sin embargo, el reconocimiento de la libertad religiosa, en el Vaticano II, ilumina las formas en cómo la Iglesia puede responder a la descristianización, que no es lo mismo que laicidad.
En este sentido, el teólogo Enrique Cambón, ha escrito un libro intitulado ‘Un Dios ausente que inquieta y provoca’, en el que ofrece algunas pistas doctrinales ante el ateísmo, fundamentado en valores comunes, pues la fuente misma de todo proyecto socialmente humano tiene un referente; Dios uno y trino; modelo, origen y meta.
Diálogo y apertura
Por último, el miedo ante el peligro y la persecución, ya que los cristianos pueden ser desafiados y hostigados por sus contrarios. La clave está en el mismo evangelio, incluso más claro que en cualquier libro de teología. Jesús animando a sus discípulos los motiva con estas palabras: “Les digo esto para que encuentren la paz en mí. En el mundo tendrán que sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo” (Cf. Jn 16.33).
Por tanto, el camino de respuesta ante las viejas y nuevas ideologías deberá ser el mismo de siempre, desde la esperanza, desde la fe, desde la Doctrina Social que es puente de acercamiento para creyentes y ateos, es decir, para todo hombre de buena voluntad.
Esperanza y no revanchismo, desde una actitud de diálogo y escucha, esa que describió Pablo VI, en la ‘Ecclesiam suam’ (1964) “la iglesia se hace palabra, la Iglesia se hace coloquio, la iglesia se hace mensaje”, abriéndose a la realidad del otro, no como amenaza, sino desde la antropología del don, que es propia de verdaderos cristianos.
Por Rixio Portillo. Profesor e investigador de la Universidad de Monterrey