Editorial

Ciudad Rodrigo y Salamanca: compartir obispo y futuro

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El papa Francisco ha nombrado a José Luis Retana como obispo de las diócesis de Salamanca y Ciudad Rodrigo bajo la fórmula in persona episcopi (en la persona del obispo), de tal forma que tendrán el mismo pastor, pero sin alterar la identidad y estructura de ninguna de las dos diócesis.



Resulta comprensible que en Ciudad Rodrigo, las más pequeña de las dos demarcaciones, surge un primer sentimiento de decepción, malestar o temor a desaparecer. Sin embargo, considerar que así se pone fin a ocho siglos de historia supone una visión reduccionista y apocalíptica que no se corresponde con la decisión de Roma. En España, la experiencia de Huesca y Jaca no ha generado incidencias hasta la fecha, aparte del desgaste personal del prelado compartido.

Tampoco se puede pensar que se descuida o abandona la España vaciada, como ejemplifican los propios sacerdotes, religiosos y laicos mirobrigenses y como, igualmente, demostrará a buen seguro el propio Retana y la comunidad cristiana que se dispone a pastorear. Juntos hacen de la Iglesia el único agente dinamizador de pueblos abandonados a su suerte, tanto por los servicios públicos como por empresas privadas.

En cualquier caso, la excepcionalidad y el desconocimiento de la fórmula sí requieren un esfuerzo extra en estos primeros pasos de transición, para explicar y visibilizar este singular acompañamiento pastoral, para que se sienta arropado, cuidado… en definitiva, pastoreado.

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Esta medida adoptada por Roma no significa que tenga que evolucionar hacia una fusión de los dos territorios eclesiásticos. Tampoco tendría que verse esa posibilidad como algo descabellado. Es cierto que la Iglesia no puede funcionar al estilo de una multinacional, que abre y cierra sucursales según la rentabilidad del negocio.

Al servicio de la persona y la misión evangelizadora

Sin embargo, evangelizar con madurez y responsabilidad sí pasa por un profundo y sereno discernimiento sobre cómo se puede servir mejor al Pueblo de Dios y a la sociedad en su conjunto con los recursos humanos y materiales reales, así como atendiendo al contexto social. Nadie niega el duelo que genera cualquier cambio en fondo y forma, como se pone de manifiesto cada vez que se cierra un seminario, un convento, una obra apostólica o una congregación reorganiza sus provincias. Postergar esta cuestión no hace sino enquistar debilidades, alargar agonías y enmarañar problemas que se complicarán todavía más con la inacción.

Responder con fidelidad creativa al legado recibido pasa por tener una mirada agradecida al pasado, pero, sobre todo, actuar con una mirada profética, emprendedora y sinodal en la que las estructuras estén al servicio de la persona y la misión evangelizadora, y no a la inversa.

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