Pueden parecer ideas separadas pero tienen una relación intrínseca e inherente una de la otra, incluso solo pueden ser comprendidas a profundidad desde la complementariedad, pues son realidades obligatoriamente inseparables.
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El cristianismo en eso tiene gran influencia. Todo el pensamiento occidental está permeado por el concepto de persona que ha aportado la reflexión teológica de lo humano, en su dinámica y ejercicio social.
El fundamento mismo del concepto de persona humana tiene sus raíces en el relato del Génesis: “a imagen y semejanza de Dios”, por lo que esa imagen evoca la dignidad de los hijos de Dios en la praxis de su libertad, y en la semejanza hacia la dimensión transcendente de creer en algo superior.
La persona auténticamente humana
Única, irrepetible, trascendente, son la palabras con las que la Doctrina Social describe las dimensiones de la persona; desde la singularidad del ser y el desarrollo de aspectos como la personalidad, pasando por rasgos biológicos distintivos de la especie humana, como la conciencia y el razonamiento, hasta la apertura en el encuentro con el otro.
Por lo que el concepto de humano, según la óptica cristiana, no se agota en la individualidad, ni en lo unilateral, sino que se alarga en la alteridad, pues el ser persona evoca un don de gratuidad, en una disposición de ser por y para los demás.
Es allí cuando de lo humano se pasa a lo social, que no es la masa anónima de individuos, sino un cuerpo articulado que a través de la cohesión y vínculos relacionales participan en la edificación de las condiciones para el desarrollo humano y social.
Unidad y diversidad
El sociólogo francés, Edgar Morin, lo explica desde el principio de unidad / diversidad, “en el campo individual, hay una unidad/diversidad genética. Todo humano lleva genéticamente en sí la especie humana e implica genéticamente su propia singularidad anatómica, fisiológica”, es decir, todos llevamos esa ‘impronta’ singular y única en el ser.
Sin embargo, no se trunca en el individuo, pues como dice el autor “en el campo de la sociedad hay una unidad/diversidad”. Pero el concepto de unidad es mal entendido como uniformidad; solo basta revisar como muchos de los movimientos sociales enarbolan la bandera de la diversidad con argumentos homogeneizados y homogeneizantes.
Pero como dice el mismo Morin, la tarea es “comprender lo humano, comprender su unidad en la diversidad, su diversidad en la unidad. Concebir la unidad de lo múltiple, la multiplicidad del uno”.
En sí, solo lo humano puede deshumanizarse, y perder del horizonte elementos fundamentales como el razonamiento y la sensatez, siendo esclavos de los impulsos y sobre todo de una pseudo libertad que condena y castiga.
Por ello, el reto debería ser humanizar la persona, humanizar la sociedad, humanizar las relaciones, humanizar la economía, humanizar la política, humanizar la educación, humanizar incluso los entornos digitales, para que sean realmente escenarios de lo social, de la diversidad, por tanto, de la reciprocidad, desde lo que la teología denomina, antropología del don.
Por Rixio Portillo. Profesor e investigador de la Universidad de Monterrey