La artista católica Joséphine Baker (1906-1975) ingresó en noviembre de 2021 en el Panteón de París, donde yacen las máximas referencias de Francia. Baker se convirtió al catolicismo en el crucial año de 1968. Nieta de esclavos e hija de madre soltera, vivió una infancia de pobreza y comenzó a trabajar a los ocho años. Diez años después, se había convertido en la más importante artista de Francia y uno de los iconos del siglo XX.
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Pionera del jazz en la danza, luchó contra el nazismo sirviendo como espía de la Resistencia francesa. También fue una de las líderes mundiales de la lucha por los Derechos Civiles y la única mujer que pronunció un discurso en la trascendental Marcha de Washington de 1963.
Su mayor contribución fue ayudar a liberar la cultura erótica occidental de las rígidas restricciones morales victorianas, que extendieron la represión sexual y la doble moral, estigmatizando el sano erotismo y –paradójicamente– la pornografía. Su propuesta estética superaba el fenómeno de la mujer-objeto, en gran parte por su rica personalidad, su gran compromiso social y también su sensibilidad espiritual. Picasso, Cocteau o Hemingway se rindieron ante ella con máxima admiración: “Es la mujer más sensacional que nadie haya visto nunca”, aclamó el autor de ‘Adiós a las armas’.
Herida en el amor
Madre de una familia numerosa de doce hijos, arrastró siempre una profunda herida en el amor y fue desdichada en su vida matrimonial y sentimental. En la última etapa de su vida, se convirtió al catolicismo y consideraba que su verdadero hogar era la iglesia parisina de la Magdalena, donde se celebró su funeral ante veinte mil participantes tras fallecer a los 68 años de edad.
Joséphine Baker ayudó a nuestra cultura a recuperar la gloria y belleza del cuerpo humano. Joséphine Baker forma parte también de la cultura católica.