En la noche de Navidad de diciembre de 1952, el papa Pío XII, emitió un hermoso mensaje radiofónico con el corazón puesto en los pobres y humildes del mundo. El documento leído se llama ‘Levate Capita’, es decir, ‘Alzad vuestras cabezas’, inspirado en un pasaje del Evangelio de san Lucas el cual nos dice que cuando comiencen a suceder las señales de la desolación profunda, entonces, los más pobres, los marginados, los descartados son llamados a cobrar ánimo, a levantar sus cabezas, ya que el momento de la liberación está cerca.
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Este anuncio señala el día en que Jesucristo retornará nuevamente sobre la tierra con gran potestad y majestad, “para reanudar con la humanidad, dice Pio XII, su coloquio revestido de Juez soberano, es recordado y dirigido a los creyentes por la liturgia navideña como una invitación a apartar de sus frentes todo velo de angustia y acoger en sus almas la gran esperanza de salvación que, renovada de Navidad en Navidad, irradia desde la humilde cuna de Belén, reveladora de la benignidad y de la misericordia del Sumo Dios”.
Alcemos nuestras cabezas
Alcemos nuestras cabezas, ya que, “si el afligido invoca al Señor, Él lo escucha” (Sal. 34,7). No podemos perder la esperanza, aunque sintamos que, en apariencia, lo hemos perdido todo. Un mandato que nos desnuda San Juan para hacernos ver el profundo abismo que a menudo hay entre las palabras vacías y los hechos concretos. Jesucristo no fue un demagogo, sus primeros discípulos tampoco, ¿lo vamos a hacer nosotros? El amor no consiente en pretextos, ni evasivas ni subterfugios. El que quiere amar como Jesús, nos dice el Papa Francisco, “ha de hacer suyo su ejemplo; especialmente cuando se trata de amar a los pobres”. El Papa nos invita a ponernos en sintonía con los primeros cristianos que llegaron a vender sus posesiones y bienes para repartirlos entre todos, según la necesidad de cada uno (Hch 2,45).
Los pobres tienen un papel protagónico en el plan de Dios, ya que han sido elegidos, justamente, para ser ricos en la fe y herederos del reino. Sin embargo, los pobres han sido afrentados, han sido blancos de la ambición desmedida por el control de todo, hasta la pretensión inescrupulosa de apropiarse de la dignidad que les ha sido otorgada desde el principio de los tiempos. Desde la carta del apóstol Santiago nos lanzan una pregunta que deja al desnudo a todos los poderosos: “¿no son los ricos los que os tratan con despotismo y los que os arrastran a los tribunales?”. Una verdad nos es revelada en el mismo momento en que comprendemos que Dios ha decidido nacer en medio de los pobres, allí se desnuda frente a nuestros ojos, parte de la dignidad que nos envuelve como pobres. Y Cristo, que es ese Dios hecho hombre, no sólo ha nacido entre pobres, sino que decidió quedarse entre ellos, entre nosotros, fue su opción preferencial.
Bienaventurados los pobres…
Precisamente por ello, el corazón de las Bienaventuranzas late en medio de los pobres. En el caso que nos ocupa, recordar ese hermoso episodio al que nos expone el Sermón de la Montaña (Mt. 5, 1-12) nos conlleva a pensar en el sentido en el cual son señalados como bienaventurados los pobres y oprimidos. Esta idea el tiempo la fue disolviendo hasta el punto en que concebimos la felicidad hoy, no como expresión de una vida plena, sino el superficial encanto que supone la posibilidad de consumir todo lo que se pueda en el orden material. Por esta razón, se gesta una cultura que nos envuelve a todos, aquella según la cual la felicidad sólo es posible si logramos acumular la mayor cantidad de riquezas sin importar las consecuencias que ello implique.
Alcemos la cabeza, seamos pesebre para recibir al Cristo que decidió por amor nacer en el vientre de una mujer pobre, en medio de una familia pobre, en la ciudad más pobre entre las pobres. Salgamos al encuentro de ese Cristo que está siendo crucificado otra vez en nuestras propias calles, en nuestra propia cuadra y juntos, él y nosotros, alcemos la cabeza, ya que de nosotros será el reino de los cielos, porque seremos consolados, heredaremos la tierra, seremos saciados, alcanzaremos la misericordia y veremos a Dios, aquí y ahora. Alcemos nuestras cabezas que el momento de la liberación está cerca. Paz y Bien.
Por Valmore Muñoz Arteaga. Director del Colegio Antonio Rosmini. Maracaibo – Venezuela