El 2 de diciembre, Ada Nuño publicaba en el diario digital El Confidencial el artículo ‘El misterio de los dragones: por qué estas criaturas han aparecido en tantas culturas’. En él, la primera hipótesis que ofrecía la autora a propósito de su origen señalaba el ámbito mesopotámico, con la diosa Tiamat, encarnación de las aguas marinas primordiales, las aguas destructoras. También podría haber citado a Mushhusu, el dragón que acompaña al dios Marduk y es su representación, y que figura en la famosa puerta de Istar (actualmente en el Museo de Pérgamo, en Berlín).
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En la Biblia también aparecen los dragones. Aparte de Leviatán –mencionado en el artículo de Ada Nuño–, encontramos asimismo otros seres semejantes, como Rahab y Tannin: “¡Despierta, despierta, revístete de fuerza, brazo del Señor, despierta como antaño, en las antiguas edades! ¿No eres tú quien destrozó el monstruo [‘rahab’] y traspasó al dragón [‘tannin’]?” (Is 51,9). Otro texto que refleja esa lucha primordial entre Dios y las antiguas fuerzas malignas es el de Salmo 74: “Tú hendiste con fuerza el mar, rompiste las cabezas del dragón [‘tannin’] marino; tú aplastaste las cabezas del Leviatán, se lo echaste en pasto a las bestias del mar” (Sal 74,13-14).
Áspides y víboras
En el Salmo 91, los dragones aparecen acompañados de otros seres hostiles para el ser humano y de los que el Señor libra al fiel: “Caminarás sobre áspides y víboras, pisotearás leones y dragones” (Sal 91,13).
En el libro de Daniel, en concreto en el capítulo 14 –una de las adiciones griegas al texto hebreo (que son canónicas para católicos y ortodoxos, pero no para judíos y protestantes)–, también hallamos un episodio –de tono burlesco y popular– con un dragón: “Había también un dragón enorme al que veneraban los babilonios. El rey [Ciro] dijo a Daniel: ‘No podrás decir que este no es un dios vivo; adóralo’. Respondió Daniel: ‘Adoraré al Señor, mi Dios, porque él es el Dios vivo. Tú, majestad, dame permiso y yo mataré al dragón sin espada ni palo’. Contestó el rey: ‘Te lo doy’. Daniel tomó pez, grasa y pelos. Coció todo junto, hizo unas tortas y las echó a la boca del dragón. Tras comérselas, el dragón reventó. Daniel dijo: ‘Mirad lo que venerabais’” (Dn 14,23-27).
Vistoso símbolo del mal, el destino del dragón es ser vencido de una manera u otra. Y, si no, que se lo digan a la dragona que custodiaba el castillo en que se encontraba Fiona en la película ‘Shrek’.