Cristina Inogés las descubrió de forma fortuita en 1998, durante un viaje a Brujas. Tenía un rato para pasear… ¡Y se topó de repente con la historia! No lo dudó. Se puso a investigar pero apenas encontró bibliografía. Hoy, más de dos décadas después, publica ‘Beguinas, memoria herida’ (PPC) en la que repasa la figura de estas mujeres evangelizadoras del medievo.
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Miembro de la Comisión Metodológica de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, la investigadora aragonesa considera que “son todavía unas grandes desconocidas para la Iglesia, porque han sido víctimas de los estereotipos y las etiquetas. Durante siglos en las notas al pie de los libros se las ha presentado como un movimiento herético sin más y eso ha hecho que se las dejara a un lado”.
Un millón en Europa
“Tal fue la fuerza de las beguinas que llegaron ser un millón en toda Europa. Eso sí, no pensemos en ellas como en un movimiento coordinado, porque no existían ni las comunicaciones ni las redes como ahora”, explicaba ayer durante la presentación de la obra en la madrileña librería Paulinas, en un coloquio compartido con la misionera claretiana Rosa Ruiz.
Para Ruiz, “las beguinas son inclasificables, por lo que nos interpelan hoy, en un mundo y una Iglesia en los que necesitamos grandes estructuras”. “Esa libertad es la raíz de porqué eran tan fecundas, no se pierden en debates sobre qué es lo que tiene que hacer o vivir una religiosa o una laica…”, considera la religiosa, que poner en valor cómo “tampoco tienen esa obsesión que tenemos nosotros porque permanezcan nuestras instituciones y nuestra obras, ellas solo se preocupan por traducir el Evangelio a la gente y por servir al pueblo”.
Perfil diverso
En esta misma línea, Inogés apunta que resulta complicado hacer un retrato robot único de las beguinas, “porque tenían un perfil muy diverso: todas eran trabajadoras, en su mayoría eran viudas, pero podían estar casadas o solteras; las había formadas, pero también había mujeres sencillas…”. “Sí tenían -apunta- rasgos comunes: su pasión por volver a la esencia de la fe en Jesucristo, la búsqueda de una relación con Dios, la entrega a los pobres, y su vida en las ciudades, algo que les separaba de la vida contemplativa que siempre buscaba lugares alejados para su conexión con lo trascendente”.
Con este perfil tan poliédrico, ¿se podría decir que eran un grupo ‘antisistema’ en la época o eran más bien unas ‘outsiders’? “No se pueden decir que sean antisistema porque no van en contra de las estructuras. Lo que ocurre es que tienen claro cuál es su foco y no se pierden en elementos secundarios, se desarrollan y se mueven con tal libertad que son flexibles en su manera de organizarse”, sentencia Rosa Ruiz. Inogés comparte esta visión: “Son más bien ‘outsiders’ que, al sentirse y saberse completamente libres en su manera de pensar, de vivir y de creer llegaron a ser peligrosas para una Iglesia que buscaba controlarlo todo”.
Una Iglesia sinodal
Y aunque hay quien considera que la figura de las beguinas como tal se ha extinguido, para la autora de la obra su presencia sigue viva hoy en muchas creyentes y no creyentes anónimas: “Son unas mujeres muy inteligentes porque se dan cuenta de que, después de siglos de una Iglesia sinodal, el pueblo está desconectando con el hecho religioso, porque solo se reza en latín, porque la institución se ha hecho excesivamente jerárquica… Y ellas buscan la manera de acercar a Dios a la gente utilizando las lenguas que empiezan a surgir en Europa, el estilo de los juglares, el uso de metáforas para hacerse entender… Por ello, están de permanente actualidad aunque hayan pasado tantos siglos”.
“La mayor lección que a mí me dan las beguinas es que no se enredan en batallas teóricas, simplemente buscan y le facilitan a los demás esa búsqueda para ser feliz, para ir al centro que es Jesús”, apunta la teóloga y psicóloga claretiana, que vislumbra en el aquí y ahora “muchas beguinas, mujeres entregadas a Dios y a los demás, que huyen de las etiquetas. Hoy necesitamos beguinas”.