La perspectiva cristiana de Miguel Delibes


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No sé cómo funciona la memoria de los demás, pero presumo que apenas se diferencia de la mía, falible, imperfecta y caprichosa. Nos duele olvidar las cosas, pero el olvido forma parte del proceso de aprendizaje. Sin lagunas y vacíos, nuestra memoria sería un magma confuso e inservible. En el caso de los libros, lo que perdura y cristaliza es quizás lo esencial, lo que se incorpora a nuestro bagaje personal y modula nuestro pensamiento. ¿Qué ideas e imágenes de la literatura de Miguel Delibes han quedado en mi memoria? O dicho de otra manera: ¿qué me ha enseñado el escritor vallisoletano? No voy a hacer trampa, consultando la docena de artículos que he publicado sobre su obra. Me limitaré a escarbar en mis recuerdos. Veremos qué es lo que sale. Escribir es una aventura y desconocer adónde nos dirigimos garantiza que el texto será fructífero, pues será el fruto de un diálogo interior, sin otras directriz que clarificar nuestras impresiones y recuerdos.



Cuando evoco la obra de Delibes, lo primero que me viene a la cabeza es su solidaridad con los humillados y ofendidos. Se ha escrito mucho sobre su estilo y su técnica, pero se ha eludido el fondo del que brota su escritura. Delibes nunca ocultó su perspectiva cristiana. Si prescindimos de ella, su ternura hacia los más vulnerables queda rebajada a mero sentimentalismo. El escritor no se conforma con manifestar su aprecio hacia los que sufren. Destaca su dignidad y su capacidad de redimir a sus semejantes. El Nini, el niño sabio de ‘Las ratas’, aporta clarividencia y humanidad a sus vecinos, pese a vivir en una cueva y alimentarse de roedores. Aunque siempre ha soportado la pobreza y la incertidumbre, contempla el mundo con la serenidad de un filósofo estoico. Azarías, el discapacitado psíquico de ‘Los santos inocentes’, desconoce la malicia y cuida de una pequeña grajilla. Su mansedumbre se convertirá en ira cuando el señorito Iván, cruel e insensible, mata a su pájaro. Delibes no se conforma con hablar de la redención espiritual, que siempre vendrá de los de abajo, de los que aparentemente no tienen esperanza, sino que también aboga por un mundo más justo, advirtiendo que los agravios padecidos por las pobres gentes puede ser la matriz de estallidos de violencia.

En Delibes, la solidaridad con los más débiles nunca se deslindó del alegato en favor de la libertad. Durante la Guerra Civil, sirvió en la marina franquista, pero nunca contempló con simpatía la dictadura. Director de El Norte de Castilla, acabó dimitiendo por sus desencuentros con Manuel Fraga, ministro de Información y Turismo. Exiliado en Estados Unidos, celebró y promovió la Transición. Declinó el ofrecimiento de ser el primer director del diario El País. En su Discurso de ingreso en la Real Academia de la Lengua Española, leído el 25 de mayo de 1975, elogió las figuras de Salvador Allende y Alexander Dubček, dos socialistas de perfil democrático que pagaron caro su intento de crear sociedades más libres e igualitarias. Miguel Delibes nunca abrazó una ideología concreta. Su espíritu independiente era incompatible con la disciplina de partido, pero se pronunció a favor de las políticas sociales orientadas a combatir la pobreza, la desigualdad y el desamparo. Su oposición al aborto le sitúa en el centro derecha, pero sus críticas al capitalismo, que arroja a la cuneta a los más débiles y desafortunados, le vinculan a la socialdemocracia. En cualquier caso, Delibes siempre defendió la libertad, pues entendió que el ser humano perdía su dignidad cuando sufría los abusos de un régimen autoritario. La dictadura franquista le pareció tan intolerable como la Unión Soviética, con su archipiélago de campos de concentración.

Eje de su obra

El catolicismo de Miguel Delibes no es una nota a pie de página, sino uno de los ejes de su obra. Eso sí, su fe nunca logró desalojar la sombra de la duda. En ese sentido, está cerca de Miguel de Unamuno, pero sin su tumulto interior. Templado y pudoroso, Delibes no aireó su intimidad. Fue un hombre melancólico, pero no un pesimista existencial. Cuando perdió a su mujer, Ángeles de Castro, se volvió más huraño y deambuló por los páramos de la depresión. Sin embargo, no perdió la esperanza del reencuentro. Admirador del espíritu reformista del Concilio Vaticano II, siempre se mostró reacio al tradicionalismo y no simpatizó con los movimientos que creaban familias y capillas en el seno de la Iglesia. En ‘Cinco horas con Mario’, Carmen, la viuda, encarna los valores del nacionalcatolicismo y el difunto, inspirado en la figura de José Jiménez Lozano, estrecho colaborador de Delibes, representa ese anhelo de renovación impulsado por Juan XXIII, el ‘Papa bueno’. Delibes es uno de esos católicos que apuestan por la misericordia y no por la penitencia, de acuerdo con la enseñanza evangélica. Mario, su personaje, siempre se volcará en los más débiles y humildes. No es un hombre piadoso, si por tal se entiende alguien que cumple estrictamente con los ritos, pero sí un cristiano sincero que no puede mirar hacia otro lado cuando se topa con el sufrimiento de los demás.

La sensibilidad cristiana de Delibes también se manifiesta su forma de abordar la infancia y la vejez. En ‘El camino’, el mundo de los niños comparece con todos sus matices. No está idealizado, pero se encuentra en las antípodas de ‘El señor de las moscas’, la terrorífica fábula de William Golding. La inocencia no consiste en una bondad infinita, sino en esa estrecha compenetración con la vida que se pierde en la edad adulta, cuando la conciencia ha perdido su capacidad de asombro. Los niños de ‘El camino’ viven en comunión con la naturaleza y conciben la amistad como un lazo sagrado y no un mero entretenimiento. Delibes recrea magistralmente el universo de la niñez, con su amor a lo inmediato y su compenetración con los elementos. Solo un niño es capaz de apreciar el don de la existencia, festejando con pasmo y gratitud el agua y el fuego, el aire y la tierra. En la infancia, hay ecos del paraíso, cuando el hombre aún no se había separado de Dios por culpa del pecado original. Para Delibes, el pecado no consiste tanto en las flaquezas que todos soportamos como en esa ambición fáustica de poder donde el otro solo es un objeto sometido a nuestra voluntad.

El novelista vallisoletano Miguel Delibes

La hoja roja es un conmovedor retrato de la vejez. Un viudo que acaba de jubilarse aplacará su soledad con la compañía de una joven criada. Su único hijo no ocultará la molestia que le causa su proximidad y no mostrará ningún interés por atender sus necesidades emocionales. En cambio, la joven criada –una muchacha de pueblo– se siente cómoda a su lado. Ella también está sola. La relación es puramente emotiva. No hay turbio en el afecto entre dos personas que carecen de vínculos y buscan algo de calor humano. En ‘Señora de rojo sobre fondo gris’, Delibes vuelve a incidir en el tema de la vejez, pero en esta ocasión no se trata de una ficción, sino de una dolorosa experiencia autobiográfica. La novela es una recreación de la muerte de su esposa, Ángeles de Castro. Quizás es su libro más hermoso, pero también el más melancólico. Delibes no ha perdido la fe, pero su punto de vista está teñido de miedo y angustia. En ciertos momentos, prevalece cierto pesimismo existencial y la sensación de vacío se apodera del narrador. Delibes sufrió terriblemente cuando su mujer falleció en 1974. ‘Señora de rojo sobre fondo gris’ no apareció hasta 1991, pues necesitó muchos años para poder escribir sobre su pérdida, sin caer en el desconsuelo más implacable. Su dolor fue tan intenso y devastador como el de Miguel de Unamuno cuando murió Concha Lizárraga. Ambos escritores creían firmemente en el matrimonio. De hecho, sus esposas fueron algo más que compañeras. En ellas hallaron ese arraigo a la vida que su carácter inestable no había logrado fraguar.

La perspectiva cristiana de Delibes se completa con su amor a la naturaleza. Pionero en la denuncia del éxodo rural, nunca desperdició la ocasión de hablar de los campos y el cielo de Castilla. Sus descripciones del paisaje y sus gentes poseen la austera belleza de una prosa que combinó magistralmente transparencia y sencillez, precisión y armonía. Su afición a la caza menor le ha enajenado muchas simpatías, pero conviene aclarar que practicó una caza ecológica, respetando escrupulosamente el medio ambiente. Nunca fue capaz de disparar contra un corzo o cualquier otra pieza mayor, pues los ojos de esos animales les parecían muy humanos. Tampoco le agradaba rematar a los conejos. Sería injusto juzgar sus hábitos cinegéticos con los valores del mundo actual. A mí no me gusta la caza, pero sus libros sobre el tema son hermosos y no se aprecia ninguna complacencia con la crudeza de una actividad que ha acompañado a la historia de todos los pueblos. Miguel Delibes fue la primera voz que habló de lo que hoy se llama “España vacía”, lamentando el despoblamiento rural. También alertó sobre el deterioro del medio ambiente. En su Discurso de ingreso en la Real Academia de la Lengua Española, pidió que los países industrializados adoptaran medidas para frenar la contaminación, señalando que cada generación debe asumir la responsabilidad moral de preservar el planeta para la siguiente.

La perspectiva cristiana de Miguel Delibes nunca transigió con el proselitismo. Se limitó a testimoniar su amor al hombre y su confianza en Dios mediante sus libros, siempre saturados de delicadeza, compasión e inteligencia. Ha sido uno de los últimos humanistas de nuestras letras y, ya en vida, disfrutaba de la consideración de un clásico. Lejos de ser un autor caduco, su literatura anticipó mucho de lo que estamos viviendo: deshumanización, soledad en los grandes espacios urbanos, despoblación rural, deterioro medioambiental, nihilismo. Miguel Delibes fue un profeta y su pluma desprendió luz, poniéndose al servicio de una sociedad más humana, con vínculos sólidos y solidaridad con los que han sido heridos por la injusticia o la fatalidad.