La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora piedra angular.
Sal 118,22
Una compañera del instituto se dirige a la directora del centro para pedirle explicaciones por el nacimiento que se ha instalado en el hall de la entrada. Todos los centros escolares se adornan en Navidad, pero en muchos de ellos no aparece imagen alguna que haga referencia al nacimiento de Jesús. Se ha censurado. Hay expresiones culturales que no tienen cabida en algunos centros educativos.
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Son muchas las preguntas que esta situación me evoca y muchas las evidencias que destapa: ¿Por qué se entiende que el mensaje cristiano no tiene cabida en la escuela? ¿No estamos restando pluralidad a nuestros espacios educativos? ¿Es un intento de desideologizar la escuela o un rechazo a ciertas corrientes de pensamiento? ¿Es posible desideologizar la escuela? ¿Es posible desideologizar la cultura?
La lista de preguntas, altamente retóricas, que podríamos hacernos al respecto es interminable, y todas giran en torno a ese pretendido laicismo que domina los espacios públicos sin tener en cuenta que no hay propuesta cien por cien aséptica, pues los espacios públicos los gobernamos personas, y es imposible que las personas estemos exentas de creencias, códigos éticos, ideologías políticas y cosmovisiones propias. Por lo tanto, no es posible una propuesta educativa exenta de creencias, códigos éticos, ideologías políticas y cosmovisiones concretas.
Una consecuencia educativa directa de este laicismo es el desinterés por el valor de lo simbólico.
Trascender más allá de lo concreto
El hombre es un animal, entre otras muchas cosas, simbólico. Se distingue por la capacidad que tiene para trascender más allá de lo concreto y enriquecer su universo perceptivo con evocaciones y significados no aparentes.
Cuando en la escuela decidimos prescindir del símbolo por miedo a caer en discursos “subjetivos”, estamos privando al niño de la posibilidad de ampliar una de las dimensiones más ricas de su humanidad.
La escuela tiene que ser, ante todo, diálogo, y cuando escuché a mi compañera recriminando a la directora por permitir que se instalara un nacimiento en el centro, me fui a casa pensando en la cantidad de diálogos que se estaban evitando por privar a los alumnos de la posibilidad de acercarse a un símbolo tan cargado de significado como el misterio navideño.
La lista de cuestiones enriquecedoras que se pueden abordar acercando a nuestros alumnos a la estampa de María, José y Jesús, es interminable. Enumero algunas de estas posibles cuestiones: el sentido de la pobreza, la encarnación como manera de afrontar los problemas, el desprecio al poder, el papel de la mujer a lo largo de la historia, la influencia del cristianismo en nuestra cultura, el valor de lo trascendente en la existencia del hombre, la expresión artística como manifestación de nuestras inquietudes, lo festivo como expresión de humanidad, las manifestaciones religiosas en otras culturas o, por proponer algo más neutro, la importancia de los ciclos solares en las sociedades preindustriales.
Lo más triste de todo es que, si hubiera invitado a mi compañera a trabajar alguno de estos temas con nuestros alumnos en una tutoría, hubiera aceptado encantada.
Conviene sacudirse el polvo.