Pliego
Portadilla del Pliego, nº 3.252
Nº 3.252

La Luz que nace

Luces, más luces, ¿quién enciende más luces en la Navidad? Luces que se despliegan en nuestras ciudades y que compiten: por el turismo, por las ventas, por el espectáculo… Luces que se encienden incluso antes del Adviento. Luces cada vez con menos signos religiosos. Luces cada vez más desacralizadas. Pero es en esa misma luz donde habita Él. Esa misma luz –en la que se escamotea su verdadero sentido– que proclama, por sí misma, que va a nacer el Niño Dios, “aquel que es la luz del mundo” (Jn 1, 9). Lo sabemos y lo celebramos, pero ese mensaje de la Navidad es ajeno a muchos de nuestros conciudadanos.



“Nosotros, los católicos, tenemos que aprovechar adecuadamente esta iluminación –manifiesta Lino Díez, religioso sacramentino y profesor de Liturgia en la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia Comillas–. Y aquí es donde debemos hacer nuestra parte de examen de conciencia, porque hemos abandonado la responsabilidad de descubrir a los demás la raíz última de esta expresión festiva que hay en las ciudades”. Este es, simplemente, un intento de mirar, de observar una de esas tantas guirnaldas y ver más allá, desglosando su sentido simbólico.

“Es verdad que, desde el punto de vista de la Iglesia o de la fe, se ha vaciado de contenido –cito de nuevo a Lino Díez–. ¿Se puede decir desacralizado? Pues, sí. También bastante, en el sentido de que se ignora el origen. Pero yo suelo recordar a la gente cuando, antes incluso de comenzar el Adviento, se encienden estas luces de Navidad que, en última instancia, es una posibilidad de catequesis”. Es cierto que no es necesario ser católico para “disfrutar” –mera alegría, también bienvenida– del despliegue lumínico de Málaga, de Vigo, de Madrid, de cada ciudad, de cada plaza, de cada calle… Pero tampoco debemos cerrar los ojos ante lo que es: la luz del que va a nacer, con todo el sentido y con toda la gracia. La luz que guía hasta el portal de Belén.

Celebrar la vida

Es un anuncio: viene el Niño Dios, renace, y celebramos la vida que se impone a la oscuridad, al desasosiego, al miedo, al dolor… Estaremos –estamos– pronto “envueltos en su luz”. Luz eterna, luz grande, luz cálida, luz original, luz vieja, y luz nueva también, luz de promesa, luz del corazón, luz de la estrella, luz caminante, luz de silencio, luz que deslumbra, luz que nos besa y nos quiere, luz del paraíso, luz de salvación, luz celestial, ¡luz divina! Luz que trasciende, que penetra, que se enciende también en el corazón. Como lo escribió el trapense Thomas Keating en ‘El misterio de Cristo’ (Desclée De Brouwer, 2007): “La luz de la Navidad crece en cada uno de nosotros a medida que progresa la temporada de Adviento, y se manifiesta a través de iluminaciones reveladoras que anticipan la luz deslumbrante del misterio de la Navidad y la Epifanía”.

La luz, también, que arraiga en una cultura y unas raíces, en una iconografía y un calendario que atraviesa dos mil años, incluso más. Porque de esa “aflicción de luz y gloria eterna” mana un sentido espiritual, una llama que busca la divinidad, y que el cristianismo ha preservado. Luz apostólica. Luz que es, evidentemente, sol que nace, que viene de Oriente, el ‘Dies Natalis Solis’ de Roma y el solsticio. “Tampoco a ti te faltará, si te acercas al fuego de la caridad, esa luz que permite creer que la Navidad no es una fábula inventada por los hombres, sino el más estupendo invento –tan estupendo que parece increíble– de nuestro Dios”, en definición de Luigi Pozzoli en ‘Navidad. El hoy de Dios’ (San Pablo, 2000).

Luz creadora

Navidad es luz. Y en esa luz reside “un sentido teológico profundo”, como lo exalta el jesuita Santiago Jaramillo Uribe. Es Dios quien vive en la luz. La luz de la creación del mundo, del Génesis. Frente a la tierra que “era caos y confusión”, dijo Dios: “Hágase la luz, y fue la luz”. Y llamó Dios a la luz “día”, y a la oscuridad la llamó “noche”. A ese Dios de la creación lo cantó Fray Luis de León en su ‘Salmo LXXI’: “Vestido estás de gloria y de belleza / y luz resplandeciente”. Y también Rubén Darío: “Existe Dios. Él es la luz del día”, que escribe en el poema ‘Los tres Reyes Magos’.

Isaías, a quien Jaramillo llama “el profeta de Adviento y de Navidad”, anuncia al que nacerá siglos después de esa misma luz de Dios, el que será la luz de Belén: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaba en tierra de sombras, y una luz les brilló” (Is, 9, 1). Con Jesús nace también una segunda creación. “Navidad es luz –que proclama Jaramillo Uribe–, con el nacimiento del niño de Belén la tierra entera, toda la creación, todo el universo se inunda de resplandor de la luz celestial”.

El Niño Dios ilumina las tinieblas, transforma la noche en día, es “luz grande” que cada año, durante el Adviento, vuelve a ser anunciada. “Esta luz nueva es la luz de Belén; es la luz del Niño Dios, recostado en un pesebre y arropado en los brazos de su madre. En este escenario tan pobre y humilde, Dios se hace hombre para darnos lo que realmente necesitamos. Jesús es la luz eterna, que disipa nuestras tinieblas y nos regala la luz de un nuevo día”, que narra Jesús Catalá, obispo de Málaga.

Milagro de lo alto

En esa luz divina, en esa luz nueva, está el origen de lo que sucede en nuestras calles, en las plazas, en las fachadas: renace la Luz y habita entre nosotros. Luz que vemos y luz que sentimos: “Abriendo nuestro corazón –afirma el papa Francisco–, tenemos también nosotros la posibilidad de contemplar el milagro de ese niño Sol que, viniendo de lo alto, ilumina el horizonte”. Es la luz que nos hace levantarnos y caminar. Y no sentirnos solos ni perdidos.

Esta “copiosa luz” es toda esa luz veterotestamentaria, toda esa “teología de la luz” que se despliega en los pasajes bíblicos. Los Salmos aluden repetidamente, por ejemplo, a esa luz que mana de Dios, que nos trae la felicidad, frente a la oscura desesperación. Y hablan por sí mismos, convierten al Verbo en luz verdadera que alumbra a todo hombre.

Todo lo dice ese salmo: “Tu luz nos hace ver la luz” (Sal 36, 10). Dios, la luz misma y, a su vez, creador y fuente de una luz que se extiende por el mundo y sobre los hombres. Y que se va a convertir en carne. (…)

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Índice

1. DIOS VIVE EN LA LUZ

2. JESÚS ES LA LUZ

3. LUZ CELESTIAL… Y CENITAL

4. ESTRELLA DE ORIENTE

5. LUZ FRENTE A OSCURIDAD

6. ESTADO DE GRACIA

7. LUZ QUE ES COMUNIDAD

8. LUZ DE PASCUA

9. LA VIRGEN MARÍA, LUZ QUE DA A LUZ

10. LUZ DE BELÉN

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