Los países que llamamos desarrollados recurren constantemente a la planificación estratégica. Especialmente en el ambiente estudiantil y el laboral, nos rodeamos de proyectos y planes con sus objetivos, medios, temporalidad, evaluación. Todo está perfectamente ordenado y especificado para que la persona o el colectivo alcance sus metas de forma eficaz. El año nuevo propicia todos estos planes llenos de ilusión y esperanza, motivados por un sinfín de “buenos propósitos”. Esta planificación es excelente, ayuda a optimizar nuestro tiempo y nos facilita que no nos rindamos, porque podemos notar cada pequeño cambio que viene con el día a día. Siempre es más cómodo seguir unas directrices de otra persona que elaborar las nuestras. Sin embargo, si lo llevamos al extremo tiene un componente perverso que nos puede hacer perder el horizonte y convertirnos prácticamente en robots encaminados hacia lo que alguien nos ha dicho que es el éxito. Pero, ¿qué entendemos por éxito? Si me preguntan a mí, el éxito es hacerme consciente y protagonista de mi proceso vital. Es reconocerme feliz con lo que soy, lo que tengo y lo que hago sin perder de vista a dónde llegar. Es seguir mi propio camino, el que Dios quiere para mí, y no el que la sociedad espera que siga. Pero encontrar un camino que no está tan claramente marcado requiere de mucho esfuerzo. Necesitamos estar continuamente a la escucha, propiciar el encuentro con Dios en nuestro día a día. Y eso puede requerir una rutina o una estrategia, pero la debemos crear a nuestra medida si queremos que funcione.
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En los movimientos de Acción Católica tenemos una herramienta llamada ‘Plan Personal de Vida y Acción’, que da lugar a nuestro Proyecto de Vida. Lo llamamos cariñosamente PPVA. Algunos grupos lo realizan a principio del curso lectivo y otros a principio de año. En él planificamos nuestra vida y nuestro ser creyente en nuestros ambientes, en el caso de la JEC, especialmente en la escuela. Pero no es una mera planificación. Es preguntarse de forma verdadera y consciente qué quiere Dios de mí, qué sueño tiene para mí. Es un proceso muy especial, que se lleva a cabo en la comunidad o grupo de vida. Durante unos días, cada militante del grupo para, ordena y escribe. Toma su propia vida en sus manos, todo lo que es, en todas sus facetas, con su fragilidad y su fortaleza, y la ordena desde Dios. Observa y discierne qué quiere hacer con ella y cómo lo va a lograr. Y después, comparte todos estos planteamientos en su grupo. Por lo tanto, es un proceso personal, pero no individual, pues la comunidad acompaña, escucha y comparte. Es una oportunidad de estrechar lazos verdaderos y de elaborar un discernimiento de manera comunitaria desde lo más real que tenemos, que es la propia experiencia vital.
Persona Joven, Estudiante y Católica
Para ello tenemos un guión que nos orienta sobre cómo responder a todos los aspectos de nuestra vida como persona Joven, Estudiante y Católica. Nos cuestionamos cómo nos situamos con respecto a nuestras amistades, familia, pareja, estudios, ocio, el uso que hacemos de la economía, nuestra relación con el Padre o la presencia que tenemos en nuestro movimiento o parroquia a través de una serie de preguntas que podemos responder en el orden que sea necesario. Nos preguntamos en qué punto estamos de nuestro propio proceso y “qué pinta Dios en todo esto”. Con ello, pretendemos tomar consciencia de las cosas que hacemos, e integrarlas. Que los diferentes aspectos de nuestra vida no sean compartimentos estanco, sino que permanezcan interrelacionados. Intentamos personalizar nuestro ser estudiante y militante, descubrir cuáles son nuestros talentos y cómo ponerlos al servicio siendo fieles a nuestra vocación. Porque esto tiene mucho que ver con el discernimiento vocacional. En todos los ámbitos, no solo en los estudios. El PPVA también es una oportunidad para celebrar que estamos en camino a descubrir y poner en práctica nuestra vocación, poner ese camino al servicio de la comunidad, y acoger también el camino de nuestras compañeras y compañeros.
En resumen, el PPVA no solo se hace para planificar nuestra vida. Ni siquiera es para seguir una vida según los valores de Jesús, que ya sería muy bueno. Es dejar que Cristo habite en mí, y se haga presente en cada uno de mis pasos. Es un proceso de discernimiento continuo. Se trata de preguntarme quién soy, quién quiero ser (o quién quiere Dios que sea) y cómo voy a lograrlo. Es tratar de que cada vez nuestra síntesis entre fe y vida sea más coherente, y tener un instrumento por escrito con el que poder evaluar este proceso tan apasionante. Y, sobre todo, hacerlo de forma comunitaria. Actualmente, la comunidad, el grupo de vida, cualquier conjunto de personas que se reúnen para madurar juntas en su fe, es un auténtico acto de rebeldía ante el sistema individualista que trata de regir nuestras vidas. Pero, sinceramente, salir de mí misma, de mis seguridades y de mis egoísmos, me resulta mucho más sencillo acompañada por mi comunidad y con las herramientas tan valiosas que la Acción Católica Especializada en general y la JEC en particular me ofrece.