“Yo quiero ser misionera”. Teresita Castillo lo tenía claro: quería que otros niños como ella conocieran a Jesús. Fue cuando ya estaba ingresada en el hospital, poco antes de fallecer de un tumor cerebral a sus 10 años, cuando lo consiguió. Y su testimonio de vida es un regalo para su familia, para los que la conocían y para los que no, porque ahora un parque de El Escorial (Madrid) lleva su nombre. Fue el día 5 de enero, víspera de la Epifanía del Señor y, por consiguiente, del día más esperado del año para los niños: el día de Reyes.
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La puerta del antiguo parque de Los Arroyos de El Escorial iba llenándose de personas de todas las edades. Habían llegado hasta allí para recordar a la “niña misionera” y a celebrar que ese lugar que tanto le gustaba ahora lleva su nombre: Teresita. Entre los congregados estaba la familia de la pequeña, el párroco, Fernando Rey Ballesteros, que ha bendecido el parque, e incluso los pajes de los Reyes Magos, que soltaron unos globos y acompañaron al coro de la parroquia cantando villancicos.
“A través de sus padres conocimos la historia de fortaleza y superación de Teresita”, dice a Vida Nueva el alcalde de El Escorial, Cristián Martín, presente en el acto. “En recuerdo a ella, y como homenaje a todos los niños enfermos hemos cambiado el nombre al parque de Los Arroyos por el de Teresita, para que su ejemplo perdure para siempre en nuestro municipio”, añade. “Quería mucho a todos los vecinos y ellos la querían a ella”, recuerda su madre, Teresa.
Si hay algo en lo que coinciden todos es en la capacidad de la pequeña en hacerse amiga de todos. “Saludaba desde la terraza de casa a todo el mundo cuando pasaba y les preguntaba su nombre”, asegura su madre. “A los que ya conocía, les llamaba por su nombre. Daba igual quien fuera, ella era amiga de todo el mundo”, añade. Muy cerca del parque, de hecho, hay una pequeña plaza donde trabajan unas costureras. “Siempre entraba a saludarlas, y con el cartero era igual”, afirma Teresa.
Una niña con los brazos abiertos
“Era una persona que, cuando aparecía delante de ti, te abría los brazos como si te conociese de toda la vida”, dice Mónica, una amiga de la niña. “Ya eras su amiga. Tenía una afabilidad muy difícil de encontrar”, asegura. De acuerdo con ella está Marta, tía y madrina de Teresita. “Para ella cada persona era única, y así te lo hacía saber”, asevera. “Repartía alegría. Para ella todo merecía ilusión y era maravilloso”, asegura. Precisamente esta forma de pasar por su corta vida ha sido lo que ha llamado la atención no solo a quienes la conocían, sino a la Iglesia, desde su párroco, hasta Roma.
Todo comenzó cuando Ángel Camino, el vicario de la Vicaría 8ª de Madrid, entraba en la habitación de Teresita el Día de los Enfermos, el 2 de febrero de 2021, para darle la Unción. La niña había llegado poco tiempo antes al Hospital de la Paz, en enero. “En principio por un dolor de cabeza, pero se fue complicando todo”, explica su madre, quien señala que Camino “se quedó muy impresionado con ella porque le dijo que quería ser misionera”.
Él le respondió que esa tarde le llevaría un diploma y una cruz de misionera, y así lo hizo. “Estaba muy emocionada, no paraba de repetir ‘¡Ya soy misionera!’”, recuerda Teresa, emocionándose al pensar en su hija. “Era muy generosa, porque incluso en aquellos momentos tan duros pensaba en los demás, en cómo quería dedicar su vida a ellos”, dice.