Un enfrentamiento entre grupos de emigrantes en los aledaños de Manhattan, en Nueva York, en el cruce de la calle 68 con Broadway. Dicen que en el siglo pasado se llamó San Juan Hill porque allí vivían muchos puertorriqueños que habían sucedido a emigrantes afroamericanos. A ellos, los Sharks, se enfrentan los miembros de segundas y terceras generaciones de inmigrantes europeos, los Jets, blancos.
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Un enfrentamiento que, a través de una paradigmática y provocadora historia de amor, anuncia las posibilidades de una mediación entre las bandas opuestas y los grupos enfrentados. Y que va tejiéndose a través de un joven blanco, Tony, y una joven latina, María. Y que termina trágicamente. Como si solo la muerte fuera la única capaz de producir la deseada integración en la convivencia. El amor esta vez no pudo vencer a la muerte. Quizá la clave radique en las últimas palabras de María: “Ahora puedo matar, porque ya odio”. Y, poco después, los dos grupos de emigrantes enfrentados hasta entonces se unen cuando unos y otros suben en brazos el cadáver de su emigrante “enemigo o traidor ” y los exponen casi procesionalmente como símbolo de un fracaso. Porque ha sido la violencia el único arma que han utilizado para delimitar territorios y poderes. Esos territorios que también en un patio cerrado con vallas servía de enfrentamientos deportivos entra las bandas rivales
Incluso la música y el baile (que podrían haber sido las armas de la concordia y la comunión) han servido para enfrentarlos. Una hermosísima canción –una entre todas de las muy bellas melodías del film– lo expresa con claridad. La famosa canción ‘America’, donde se reflejan esperanzas y frustraciones de una generación joven de inmigrantes que no se siente aceptada. Las mujeres cantan el auge de la industria en Estados Unidos (“Boom industrial en America”) mientras los tiburones les responden: “Sí, pero estamos doce en cada habitación” (“Twelve in a room in América”). También en América. Contraatacan ellas: “Hay muchas viviendas nuevas con más espacio”. Y responden ellos: “Con un montón de puertas que golpean nuestras caras”. Y así sucesivamente mientras los puertorriqueños discuten festivamente acerca de las ventajas de estar en EE UU o en Puerto Rico. Un contrapunto entre las mujeres, buscando lo positivo para ubicarse en un lugar en la Tierra Prometida; y los hombres, irónicos y desencantados, discutiendo pros y contras de la inmigración.
También la danza es expresión del enfrentamiento. También el baile sirve para plasmar la dificultad en los procesos de convivencia migratoria cuando se buscan de manera simplista culpables (incluso con el arma del racismo) y el odio al diferente se cuela por medio. Esta vez en el gimnasio –ante la gruñona mirada y vigilancia de la ley y el orden establecidos–, en una larga secuencia, donde los grupos expresan su hostilidad y desafío utilizando su diferente forma de bailar, primero de izquierda a derecha y viceversa, y luego atravesando el mismo espacio en diagonal, para terminar apartándose… porque llegan Tony y María con su oferta de amor y convivencia. Solo se ven el uno al otro. Sueñan y sueñan.
La búsqueda de “un lugar”
‘Somewhere’, la canción representativa de sus sueños, expresa la búsqueda constante de “un lugar”: “Algún día, en algún lugar, encontraremos una nueva forma de vivir, encontraremos una nueva manera de perdonar.
Tanto en la primera versión de la película en 1960 como en la reposición y adaptación actual tan magistralmente dirigida por Spielberg, las canciones y los sueños para emigrantes (incluso los colores) se entremezclan casi como una esperanza irracional. Desgarro e iluminación al mismo tiempo donde precisamente (leí no sé dónde), y por esas características, fue una canción adoptada como himno por la comunidad gay en la década del 80 y del 90, cuando la posibilidad de integración de los diversos era vista como casi imposible.
En la versión de 1960, la actriz Rita Moreno tenia que someterse a una larga sesión de maquillaje porque, procedente de Puerto Rico, era demasiado blanca para los encargados del casting de West Side Story, por lo que ungían su cara en potingue negro para oscurecerla. El actor que interpretaba a Bernardo era el griego George Chakiris, y la actriz de la María originaria, Natalie Wood, no habría que olvidar que era hija de padres rusos. Multiculturalidad, diversidad que encuentra su encaje atractivo y sugerente para seguir apostando por la posibilidad de la integración Pero en la versión de Spielberg hay varios avances en relación a la película original respecto a la integración: no hay ‘blackface’ ni una impostada arrogación racial, por ejemplo.
También la bellísima y exquisita música original compuesta por Leonard Bernstein y Stephen, esta vez es reinterpretada por el venezolano Gustavo Dudamel. Gran parte del equipo es latinoamericano o descendiente de ellos, y Spielberg tuvo un especial cuidado a la hora de documentarse sobre el Puerto Rico de la época y sus exiliados. Prueba de ello es la incorporación de la versión revolucionaria de La Borinqueña –”nosotros queremos la libertad, nuestros machetes nos la darán”– o que no haya querido subtitular al inglés los numerosos fragmentos en español para poner en valor ambos idiomas.
El famoso director habló mucho sobre intenciones y adaptaciones de la película al momento actual. Dijo certeramente: “Estoy preocupado, muy preocupado, incluso más que hace dos años, por lo que ocurre en Estados Unidos. Creo que la democracia está en peligro”. Y lo hace en las fechas claves del ascenso del expresidente Trump, en 2016: “Los temas que trata la obra en 1957 eran relevantes, pero hoy lo son diez veces más”. De ahí el mensaje tan global e imprescindible que infunde: hay que comprometerse con la inclusión y la coherencia en estos temas tan relacionados muchas veces con la marginación y la pobreza. No en balde, la versión moderna enmarca el drama en la expulsión de sus pobladores –emigrantes en su mayoría– de sus barrios para crear otros proyectos urbanísticos en la Gran Manzana. Cascotes y máquinas de obras son el decorado primero y último de los títulos de crédito.
Termino con una frase sintética pero iluminadora a la hora de abordar el fenómeno migratorio: “Actuando en lo local pero sabiendo de lo global”. Buscando siempre en red la actualización, claves, apuestas, coordinación, etc. para una adecuada integración y cohesión social y la convivencia intercultural.
Dios quiera, y vuelvo a la escena final de la película, que la muerte o los cementerios en origen, tránsito y destino no sean nunca la imagen y el resultado de los procesos en las relaciones (o enfrentamientos) interculturales. Aunque mucho me temo que la vida y la muerte de los migrantes sigan jugando cada vez menos importancia para la atención a estas personas. Hoy son los fríos números los que importan. Para recuperar el calor de los sueños, volvamos nuestra mirada a lo que se ve, provoca y suscita West Side Story. O si queréis al “Amor sin barreras”, como se tradujo su título en muchos países.