El Sínodo sobre la sinodalidad nos marcará. No debe ser un proceso puntual, sino una conversión permanente, que despierte a los creyentes para intervenir, saliendo de nuestra mirilla de espectadores, renunciando a caminar sin conocer cómo viven su fe comunidades vecinas y estando muy atentos a personas cuya interioridad no deambula por la superficie. Por lo pronto se ha desencadenado la mayor consulta de la historia.
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Buena metodología, sostenida en la oración –pedida de modo específico por el cardenal Grech a la vida monástica y contemplativa–, que nos conducirá a escuchar confiadamente: “Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros” (Hch 15, 28) por parte de los obispos y del Papa, entreviendo que todos somos sujetos en la responsabilidad final del discernimiento y las decisiones que se adopten. En el ínterin, “entretejer relaciones”, una de las finalidades del Sínodo, ya está en marcha.
La referencia a san Benito en el Documento Preparatorio: “Muchas veces el Señor revela al más joven lo que es mejor”, en la lectio divina que realizamos monjes y monjas, la confrontamos con Mt 11, 25; 1 S 16, 4-13; Rm 9, 10-13, y confirma la imperecedera vigencia de una Regla que venimos practicando en los monasterios benedictinos y cistercienses desde hace quince y diez siglos respectivamente.
La cita pertenece al capítulo tercero –“Cómo se han de convocar los hermanos a consejo”–, que inicia diciendo: “Cuando se presenten asuntos importantes en el monasterio, convoque el abad (abadesa) a ‘toda’ la comunidad (…)”. Esta novedad redactada en el siglo VI, arquetipo de sinodalidad, insiste en el porqué del “toda la comunidad”: Benito cree en la perspicacia de los jóvenes.
Aportan una mirada nueva porque todavía no están atrapados en la comodidad del sistema, y tampoco pueden decir: “Siempre lo hemos hecho así” o “ya lo intentamos una vez y no funcionó”. El monje o la monja joven no tiene prejuicios para involucrarse en aquello que reclama la justicia, la ecología o la necesidad social; busca los modos de atender, desde el Evangelio, modelando su propia llamada, las demandas del mundo que llegan a la comunidad.
El camino de Benito exige flexibilidad, creatividad, sensibilidad y, una vez más, uno de sus temas favoritos: la escucha. Igual que a los jóvenes, la regla (RB 61, 4) también dice que hay que prestar atención a otros monjes, a aquellos que no forman parte de la comunidad local.
Escucha orante
En las órdenes religiosas contemplativas, la participación y la escucha orante en ‘comunidad’, hacia dentro y hacia fuera de la misma, son el “modus vivendi, operandi et cogitandi”. La llamada interior de Dios es el fundamento y el corazón de la comunidad monástica: la vocación dada a cada miembro es la fuente de la que brota su cohesión.
Cada comunidad es expresión doméstica del misterio de la Iglesia de Cristo. Y aunque en ella, como en la Iglesia católica universal y sinodal, la comunión es jerárquica, la autoridad no es distante ni represiva, sino que el liderazgo se vive como colaboración, cooperación y corresponsabilidad.
Ahora tenemos la oportunidad de recuperar la forma original de “ser Iglesia”. Los monasterios además de rogar por ello, aún desde nuestras geografías vacías y desde nuestras múltiples carencias, humildemente, podemos aportar testimonios de novedad extraída de lo perenne.