Trinidad Ried
Presidenta de la Fundación Vínculo

El síndrome del nido vacío


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Más allá del análisis psicológico clásico que se pueda dar, hay un momento en que, efectivamente, el hogar que antes estaba lleno de polluelos, plumas, ruidos, cacareos y un delicioso caos que agitaba el alma, ocupaba la mente y exigía al máximo nivel corporal, se empieza a silenciar, a calmar y a hacer espacio en todas las dimensiones, por lo que es bueno anticiparse y saberlo tomar como una bendición más.



Siempre pensé que, por tener seis hijos, “la maldición del nido vacío” no me iba a tocar hasta muchos años más y, en realidad, estoy lejos aún de “morder” esa realidad. Tengo cuatro hijos aún viviendo conmigo, pero, ya de vuelta de la pandemia, sus alas están mucho más fuertes y sé que desean volar. Como buena mamá gallina, me gustaría tenerlos bajo mis alas para siempre, pero sé que eso los ahogaría y nos haríamos mucho daño ambos en el proceso vital que nos corresponde vivir a cada cual.

Toda una bendición

El tema es que sus ojos ya están mirando al horizonte y, aunque me duela esa ausencia presente, sé que es algo natural y que, lejos de ser una maldición, es la mejor bendición que a todos nos puede llegar. El hogar sigue siendo lindo y lleno de revoluciones a nivel familiar, pero hay una fuerza centrípeta que se siente y que no se puede frenar. Los hijos/as, efectivamente, son prestados y he sido bendecida de tenerlos tanto tiempo bajo mi mismo techo y sintonizados en mi misma frecuencia espiritual.

Sin lugar a dudas, como en todo cambio existencial, en esta etapa de la vida se pierden cosas y se ganan otras, pero creo que el balance final puede ser muy positivo si lo sabemos tomar con fluidez, recibiendo con alegría la nueva etapa que se inicia. Por una parte, vamos perdiendo en forma creciente e irreversible el control sobre nuestros hijos/as, sus vidas, sus proyectos, sus heridas, sus valores y/o sus decisiones más trascedentes a la hora de caminar.

Familia

Sus propias elecciones

Vemos con santo temor, rezando con fe, las elecciones que hacen a nivel laboral, de residencia, de pareja o cualquier otro destino más trascendente, pero no podemos intervenir; solo cuidar el vínculo para que no nos dejen de consultar como referentes sabios a la hora de cortar la tela al final. Perdemos también la autoridad de aglutinar a la tribu que se dispersa sin parar. La homogeneidad de antes desaparece y se hace presente la diversidad de caracteres, gustos y opciones en plena majestad.

Se va ganando, por otra parte, en libertad para volver a ser uno mismo con menor responsabilidad materno/parental. Eso es posible si es que los hemos educado en la autonomía y la suerte se les da, ya que nunca dejará de estar abierto el nido para acoger a un “pollo” al que la vida haya tratado mal. También se recuperan espacios que estaban invadidos por desorden, adolescentes y gustos que no eran tuyos de verdad. La música vuelve a ser la que gusta, la comida la que prefieres y hasta el sillón y el sueño lo vuelves a disfrutar. Lo más desafiante es recuperar todo el espacio que se formó con tu pareja al criar. Ya no están los hijos de por medio y puedes empezar a tejer una nueva etapa de “noviazgo” más madura y regaloneada.

Balance final

El nido vacío es una tremenda oportunidad de reencuentro con nosotros mismos, con una agenda un poco más calmada y con puentes más claros de comunicación con tu pareja, con los amigos que dejaste en el camino y también con la divinidad. Hay más espacio para revisar la vida, las prioridades y “llenarse” con vínculos lindos que te nutran para esta nueva etapa vital. Es tiempo de vincularse con ideas buenas, con proyectos altruistas, con libros llenos de belleza y contenido, con organizaciones que aporten a la sociedad, con personas atractivas cuya historia sea un acordeón para gustar, con paisajes abundantes de vida y sencillez para contemplar, con aromas que te transporten a otra dimensión, con comidas inyectadas de amor y humanidad, con pueblos y ciudades preñados de anécdotas e historias que contar, con la vida misma que se te quiere regalar sin pañales ni coches de bebé de por medio, solo con tu presencia nada más.

Una linda metáfora para meditar… El nido vacío es la gran oportunidad que nos da la vida para llenarnos de Dios Amor en todas las manifestaciones que acabamos de nombrar y, para ello, no es necesario haber tenido hijos y alcanzar mi madurez actual. Basta vaciarse de tanto que nos llena en la actualidad. El nido representa nuestra psique que hoy está repleta de “hijos” que no nos dejan en paz: celulares, redes sociales, series, trabajos, diversión y quién sabe qué más.

Quizás, llegó la hora de llevarnos a la madurez y vaciar a “la fuerza” el nido para volvernos a conectar con lo que nos espera dentro para darnos alegría y paz. Los hijos son prestados y no nos podemos fusionar con ellos porque a todos nos hace mal. Volver al origen de lo que fuimos y lo que somos es una tremenda oportunidad que solo se da al vaciar el nido y darnos el tiempo de mirar qué bien se está. En una de esas llegan los nietos, reales o encarnados en nuevas vivencias de espiritualidad, a llenarnos la vida de gozo y dicha para compartir a los demás.