Algunas personas piensan y afirman que solamente las personas pueden hacer el mal, que solo ellas pueden tener malas intenciones, o perjudicar a los otros, o tener mala pata y que hagan cosas con buena intención pero que acaben dañando a otro. Según esta manera de pensar, la responsabilidad es siempre personal, porque somos los seres humanos quienes tenemos intencionalidad, quienes vemos más allá de lo que hacemos y podemos calcular las consecuencias de nuestros actos, por lo que somos los únicos que tenemos responsabilidad sobre las consecuencias que se derivan de ellos.
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Una consecuencia de esto es que las instituciones, las estructuras, las organizaciones son neutrales. No pueden ser malas por naturaleza, no pueden perjudicar a las personas que pertenecen o que se relacionan con ellas, solo las personas pueden dañar a otras personas, las instituciones nunca van a ser las culpables, nunca van a ser las que provocan problemas o las que tienen malicia.
Esta mirada tiene su lógica que nadie puede negar y que refleja una realidad evidente: la posibilidad de decidir, la voluntad de las personas y nuestra capacidad para saber previamente cuáles pueden ser las consecuencias de nuestros actos, es lo que provoca que podamos ser responsables de ellos y que podamos tener mala intención o torpeza con respecto a otras personas por lo que ellas pueden verse perjudicadas.
Pero también es cierto que las estructuras, las instituciones y las organizaciones, son producto de nuestro trabajo, de nuestro intelecto, de nuestro quehacer, de nuestra capacidad organizativa. Somos nosotros quienes las creamos, quienes las diseñamos, quienes las construimos. Por eso, podemos trasladar a las organizaciones que construimos nuestra maldad o bondad.
Estructuras de pecado
Los organismos o grupos que creamos pueden convertirse, realmente, en lo que la teología ha denominado “estructuras de pecado”, es decir, organizaciones e instituciones en las que las personas, en el caso de dejarse llevar por la tónica general, acaban haciendo el mal o tomando decisiones negativas para ellas mismas o para los demás.
Las estructuras no tienen por qué ser neutrales, porque las organizamos nosotros, las pensamos y las construimos las personas y somos capaces de insuflar en ellas nuestros valores, nuestra manera de hacer las cosas. Y también podemos equivocarnos, también podemos fallar en el diseño de nuestras instituciones y pensándonos que van a tener unas buenas consecuencias, acaban siendo dañinas para personas que están dentro o fuera de ellas. Existen estructuras perniciosas, porque están hechas por personas, porque no han salido de la nada, sino que han sido construidas por humanos que ponen sus valores y su manera de hacer las cosas en las instituciones que crean y desarrollan.