Los abandonos
La vida religiosa afronta de manera continua las desafecciones de algunos de sus miembros. A las disminuciones que se provocan debido a los fallecimientos –y la pandemia ha sido especialmente dura en algunos casos–, las congregaciones sufren un continuo goteo de quienes, ya sean profesos temporales o perpetuos, cuelgan los hábitos o entran en algún proceso especial de discernimientos que los lleva fuera de la comunidad.
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Ante tanta diversidad de carismas, las cifras son complejas y cuando llegan al Vaticano los procesos están prácticamente cerrados. Aún así, la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica, publicaba por primera vez en 2012 que en los últimos cinco años se habían concedido 11.805 dispensas de votos entre indultos para dejar la orden, dimisiones, secularizaciones ‘ad experimentum’ e incorporaciones de sacerdotes religiosos a una diócesis. Las cifras, que ha rescatado la agencia Zenit en estos días, dejan un promedio de 2.361 dispensas al año. Por su parte, la Congregación para el Clero, concedió 1.188 dispensas de las obligaciones sacerdotales y 130 dispensas del diaconado a religiosos. Todo sumado, según los datos de 2012 –y han pasado 10 años ya–, implica que por cada 1.000 religiosos, 2,54 dejan la vida religiosa.
La fidelidad
La realidad no parece haber mejorado. Así lo muestran las orientaciones que ha publicado la congregación pontificia bajo el título “El don de la fidelidad”. En la primera parte del documento, en el que se trata de poner de manifiesto el mensaje que envía la propia realidad de los abandonos se repasan algunas de las causas de estos procesos como son la fragmentación, la sociedad líquida, la falta de empatía, el “alejamiento del drama humano”, una visión superficial de la vida, las incertidumbres del futuro de los institutos frente a su carácter profético de los orígenes, el individualismo, el espiritualismo, la cerrazón en los propios “pequeños mundos”, la dependencia, el dogmatismo, el pesimismo, el refugio en las normas, el culto a la eficacia de la sociedad, la tentación de la supervivencia a cualquier precio…
Además de las causas, podríamos decir, objetivas de este fenómeno; institucionalmente se puede estar dando, denuncia el texto, una inadecuada valoración de las dificultades que los propios religiosos están teniendo. Ante ello, la orientaciones invitan a fortalecer todos los procesos relacionados con la construcción de la propia identidad; a reforzar de forma clara, central y explícita las opciones de fe y el papel de esta en la vida del consagrado; a no minusvalorar el modo de entender y vivir el celibato y la forma de canalizar toda la vida afectiva para que esta sea sana y equilibrada; a enfocar la regla desde las opciones fundamentales, evitando personalidades quemadas por vivir en una sinrazón; a no desdeñar las relaciones interpersonales y luchar contra la soledad; a gestionar la misión y la vida comunitaria y la inmersión del mundo digital o la relación con los propios bienes y el poder…
El discernimiento
¿Con todos estos factores es posible vivir la fidelidad? El amplio documento de orientaciones invita a un serio discernimiento entre las exigencias de la vocación a la especial consagración y el mundo presente. Un discernimiento compartido y a varias bandas para que realmente la Palabra de Dios ilumine aspectos claves en la vida de un religioso o una religiosa como son la libertad responsable, las decisiones vitales irrevocables o la fidelidad dinámica. En todo esto, la comunidad es algo más que un espacio común de trabajo o de residencia… es el auténtico sujeto del acompañamiento mutuo. Afirma el texto que “sin una buena vida fraterna, el acompañamiento espiritual persona está expuesto a muchos riesgos. Y siempre está al acecho la caída en una relación intimista, sin espacios reales de comunidad en los que se cuenta al otro aquello que deberíamos ser, pero no lo que realmente somos. La perspectiva de una vida común, entendida como ‘schola amoris’, nos lleva a centrarnos en los que puede convertirse, de forma realista, en una ocasión de crecimiento y de cambio” (núm. 59). Más allá de esto, el documento insiste en desarrollar un estilo acogedor y en centrar las decisiones en Dios.
La vida consagrada del siglo XXI –y no solo en los contextos occidentales– vive un camino de purificación y, seguramente, de redimensionamiento. Ya sea por los números, los errores y abusos del pasado, la sociedad en la que vive o los retos una misión cada vez más compleja… le toca resurgir desde su autenticidad y su esencia carismática purgando los apegos del tiempo o de los espacios. Frente a los broncos escenarios institucionales que quedan tras una salida llena de pifias y medias verdades… queda el silencio elocuente de quien solo es un mero buscador de Dios.