“Empujando, todo entra” es una expresión que se acomoda bien al modo en que desempeñamos casi cualquier tarea que nos sea encomendada durante las primeras etapas de la vida. Se trata de una forma de hablar que viene a resumir la prodigiosa tozudez humana, la que nos lleva a continuar en el camino más allá del límite de nuestras fuerzas; pero también la misma que hace que queramos hacer pasar un círculo por un cuadrado, tan solo porque así nos lo hemos propuesto.
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También las opiniones entran
Hace unos días me topé en las redes sociales con un par de situaciones que me generaron un profundo dolor. Antes de continuar, cabe decir que entiendo el contexto social en el que nos movemos, donde una mayoría de gente ha visto comprometida su capacidad para diferenciar una opinión de un ataque personal o un razonamiento de una explosión emocional. Aún así, me atrevo a poner por escrito los pensamientos suscitados por las escenas en cuestión, ambas vistas en la red social del pajarito azul. Si me das la oportunidad, me gustaría compartir un par de ideas.
El polémico Juan del Val en estado puro #EdurneEH pic.twitter.com/DOaLpnLgm6
— El Hormiguero (@El_Hormiguero) January 26, 2022
En esta intervención, el colaborador del programa realiza una disertación en clave de humor sobre algunas personas con capacidades diferentes. Por supuesto, esto puede ser visto como algo polémico ─tal como lo presenta la propia cuenta del espacio de entretenimiento─ o, también, como algo falto de tacto y empatía.
Seguro que hay muchos espacios donde se ha discutido ampliamente sobre los límites del humor para saber si cualquier ámbito de la existencia es susceptible de ser reinterpretado con tal de encontrar un público a quien pueda parecer graciosa esa versión alternativa de la realidad. Pero esto va más allá de cuestiones deontológicas, las relativas a la propia profesión de humorista; aquí también entran otras consideraciones.
Banalizar las altas capacidades (AA. CC.) o las inteligencias que están por encima de la media no es diferente de hacer lo propio con quien se encuentra al otro lado de la campana de Gauss. Este tipo de discursos, en una retransmisión que llega a millones de ojos y orejas, proporciona chistes prefabricados para que los adictos al acoso puedan hacer uso de ellos en sus entornos particulares. ¿Qué pasa con la memoria de quienes han sufrido como consecuencia de tales situaciones de acoso hasta el punto de arrebatarse la vida? ¿Eso se tiene en cuenta? ¿Se debe entender que en ese tipo de monólogos está implícito el respeto? ¿Qué memorias son susceptibles de ser honradas y cuáles no? ¿Las que cada cual decida en el momento? ¿Las de índole religioso o identidad de género? ¿Hay algún criterio común? ¿Cuál es el umbral aceptable de gente a la que un chiste puede humillar sin perder la gracia?
Tomo plena conciencia de que plantear estas cuestiones es sinónimo de que cuelguen sobre tu espalda un letrero donde diga “pielfina” o algo similar. La autocrítica no es aceptable; por tanto, ¿cómo va a serlo la cuestión que la promueve?
En todas partes cuecen habas
¿Crees que no hay relación entre un desafortunado monólogo que tergiversa la neurodivergencia y la vida de la Iglesia? Pues, si es así, te diré que hierras por completo. La misma semana que vi la publicación anterior también tuve acceso a esta otra:
Me cuentan por el pinganillo que un grupo de curas me ha llamado feo en una tertulia de YouTube pic.twitter.com/quw3QrqVbA
— Arturo Blázquez Navarro ✝️?️???????? (@arturoblazquez) January 27, 2022
En ella se muestra a un grupo de presbíteros que habían retransmitido en directo a través de internet; comentaban un vídeo sobre la iniciativa de la Iglesia alemana “Out in Church”. El tono utilizado no es diferente del que decía antes, el del monólogo en el programa de entretenimiento, transformando en risa las características particulares de otro ser humano.
Ojalá esto no quepa
Las actitudes achuladas han penetrado a tantos niveles de nuestra existencia que, a menos que prestemos mucha atención, nos parecerá que es lo natural; en cuyo caso lo aberrante es plantearse el cuidado del otro o prestar atención a sus necesidades.
Y, probablemente, lo más terrible de todo esto sea que haya personas que activamente se esfuerzan en perpetuar esta burla normalizada, el chiste hiriente que, a base de repetición, termina horadando el corazón de quien es protagonista del mismo.
Te digo todo esto justo cuando, cada varios episodios, comento un chiste eclesial en el podcast semanal de Vida Nueva. Si alguna vez me despisto y hago broma del sufrimiento ajeno, házmelo saber. Yo no quiero empujar y que esto entre en mi cosmovisión. No quiero confundir el círculo con el triángulo, ni hacer trampas para que todo pase por lo mismo, aunque eso me convierta en el chiste del de enfrente.