Así como frente a la mutación del Covid-19 en sus diferentes variantes es necesario ir reforzando las vacunas, a nivel espiritual, a los diferentes virus que nos han contagiado desde pequeños debemos ir manteniéndolos a raya con nuevas dosis de anticuerpos para que no derrumben nuestra fe, fortaleza y sobre todo la certeza de nuestro valor y misión de vida.
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Ciertamente, no hay ser humano que se haya salvado de haber sido contagiado de algún virus o bacteria a lo largo de su vida. Estas le causaron enfermedades leves, medias o graves según su contextura, condición y el contexto general, sumado a la ferocidad propia del “bicho” propiamente tal. Así, para algunos se manifestó como una gripe y en otros como una grave afección pulmonar. Del mismo modo, el abandono, traición, rechazo, abuso, violencia, carencia, discriminación, matonaje, soledad, sobreexigencia o cualquier otro “virus” psicoemocional puede habernos dado más o menos fuerte, de acuerdo con nuestra singularidad. El tema es que el virus quedó en la sangre y de tarde en tarde, suele volver a atacar.
El dolor de Primo Levi
Así lo expresaba con una crudeza sobrecogedora Primo Levi, un superviviente a los campos de concentración nazi, quien finalmente se quitó la vida, pues no pudo sobrevivir al “veneno de Auschwitz”, que lo siguió carcomiendo con la vergüenza, el dolor, la culpa de haber sobrevivido y tantos infiernos que lo atormentaban por dentro sin la posibilidad de liberar el alma y no solo el cuerpo.
¿Existe una imposibilidad de erradicar los “virus” de la sangre? Probablemente como muchos, yo al menos luché toda mi vida por sacar esos demonios de mí. He luchado contra inseguridades, daños en la autoestima, abusos, sufrimientos hondos y solitarios que nadie percibe y que sé que son los síntomas de que los “virus” se han activado una vez más y se han “armado” con látigos y piedras para dañarme por dentro, hasta hacerme sangrar el alma y conducirme a mi propio holocausto personal.
Objetivo, exorcizarlos
Ingenuamente, pensé que, a costa de trabajo y disciplina, los podría exorcizar; desterrar esas voces macabras para siempre y dejar mi “sangre” libre de este mal. Ya pasados los cincuenta y siendo realmente aplicada en el “trabajo” de sanar, veo que ahí siguen los “virus del dolor”, reapareciendo en los sueños (pesadillas en realidad), en los vínculos y en la relación con la vida en general, sin poderlo evitar. No es que esté enferma, pero están ahí en latencia, atentos a que baje la guardia para atacar.
¿Son malos los virus? No soy bióloga ni teóloga, pero sí sé que esta simple pregunta es un temazo a nivel espiritual. No pretendo disertar; solo testimoniar. Qué ganas de que no existieran a ratos. Qué anhelo de vivir en un océano calmo y pacífico sin tanto sube y baja espiritual. Sin embargo, probablemente yo y cada uno de nosotros no sería lo que es sin todos esos virus y bacterias que nos han esculpido a nivel integral.
Nos han configurado
Son ellos los que han tallado el cuerpo de un modo único y le han dado su sensibilidad; han desarrollado la mente con capacidades y percepciones que no tiene nadie más; han delineado el corazón con una geografía de golfos y penínsulas de amores y desamores que le permiten ser y amar; y, lo más importante, le han ahondado el espíritu con cavernas y laberintos que solo Dios puede explorar, realzando su brillante interno y su aporte a la humanidad.
¿Las dosis de refuerzo? Asumiendo entonces que no son ni buenos ni malos, sino que son parte misteriosa del devenir humano, lo que nos queda es “vacunarnos” cada cierto tiempo con anticuerpos que nos permitan mantenerlos a raya y que no se apoderen de nuestra salud física, psíquica y espiritual. Somos mucho más que ellos. Somos amor, fecundidad, vida, y ellos representan la tensión necesaria para sacar nuevas vetas a nuestra singularidad. A la hora de revisar anticuerpos, una vez más prima la singularidad de cada cual. No hay recetas universales, pero sí hay algunas orientaciones que nos pueden ayudar:
- Aceptar el dolor y la “enfermedad” que nos producen estos virus como parte de nuestro misterio y ofrecerlo por amor y con libertad por algo o alguien más. Es renunciar a un poco de mi vida para dar vida a otros.
- Recordar, especialmente cuando ataquen más fuerte, cuál es el propósito de nuestra existencia y “amarrarse” a ese mástil con fuerza hasta que pase la “ola de enfermedad”.
- Hacer actividades que nos fortalezcan el alma. Es como tomar “sopas de pollo” espirituales; puede ser ir en ayuda de alguien, leer, pintar, correr, escribir, jardinear, etc.
- La oración es una inyección de energía maravillosa si es un diálogo con el Señor, donde realmente escuchemos lo que nos quiere regalar. Para eso el silencio es fundamental.
- Por último, una conversación con un amigo indicado puede ser un rescatador genial. Como un enfermero del alma, te puede dar los primeros auxilios para reponerte y seguir adelante con tus propios pasos.
Los virus del cuerpo y del espíritu son parte de la vida y no están para hacerla un infierno, sino para hacernos más fuertes, más humildes, más hermanos, más humanos.