Aunque sea obvio decirlo, qué distinto es cómo miramos desde este lado del mundo el acontecer mundial y nacional. De partida, en Chile, un parte importante de la población está de vacaciones y, aunque esté lidiando a duras penas con el Ómicron, se las arregla para descansar y darse un chapuzón. No sucede igual en España o Europa, ni en otros países del hemisferio norte en donde muchos van transitando por los mediados del año laboral y escolar, esperando con ansias la llegada de la primavera para sacarse el frío invernal.
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No es lo mismo tampoco saber que el conflicto entre Rusia y Ucrania puede explotar a unos cientos de kilómetros de tu frontera que al otro lado de un océano y aún más allá, y es que cada percepción de las cosas depende absolutamente del lugar, momento, condición y circunstancia en que nos encontremos y de nuestra historia personal. De ahí que el complementarnos colaborativa y anónimamente sea el salto cuántico que exige la humanidad para su sobrevivencia y dejar atrás un modo de relación de dominio y poder -eminentemente masculino- que ya no da más.
La obviedad que se nos olvida
Así como no es lo mismo mirar la vida midiendo un metro y noventa centímetros que apenas alcanzando el metro y medio de altura, tampoco es igual asumir un cambio de Gobierno desde la abundancia que desde la carencia; un cambio climático severo desde la tercera edad que desde la juventud; un cambio valórico importante siendo soltera que siendo madre; un cambio económico siendo empleado que siendo empresario; una nueva política de género siendo hombre que siendo mujer; una modificación en la ley de migración siendo nacido en tu país o un recién llegado; un cambio radical en tus ingresos teniendo redes de apoyo y educación que estando solo y sin sostén; una sequía severa de tu región teniendo recursos que no teniéndolos… Y así todos los ejemplos que podamos encontrar.
El dilema está en que esta verdad tan evidente se nos olvida y queremos que nuestro modo de pensar sea universal, único y que todos confirmen y avalen nuestra postura, razonamientos, valores y prisma personal.
Misma lógica
De lo macro a lo micro, la lógica opera igual. Atemoriza y entristece ver la ceguera y polarización de muchos que olvidan que existe la diversidad de miradas y que cada una corresponde a una historia legítima que debemos respetar. Pareciera que en la genética humana viniese el chip de dominar, y eso pasa también por imponer su punto de vista en todo lo que concierne a la vida, incluso en la manera de relacionarnos con los demás.
Es cierto que uno puede (creyendo hacer un bien) tratar de influir en los demás, pero otra cosa muy diferente es aplastar y “sacarle los ojos al otro para que mire con los tuyos”. Tarde o temprano, el dolor causado se convertirá en venganza y causará más mal.
Imponer a la fuerza
Así ha funcionado la historia hasta ahora. Un pueblo intenta imponer su cultura, religión, dominio, poder, su modo a otro, y para eso no mide fuerzas y justifica hasta la violencia para “arrancar” al otro su singularidad en el mirar. Lo mismo sucede al interior de cada país cuando un Gobierno busca eliminar a su oposición; cuando en una sociedad un grupo más poderoso intenta someter a otro diferente; cuando en una familia una generación se impone a la fuerza y a costa de otra más frágil, y así se van acumulando heridos, resentimientos, sufrimientos y dolores que tarde o temprano reaparecerán trayendo la revancha para que la historia vuelva a comenzar.
Por eso hay que pasar del poder a la influencia. Influir sobre otros es un arte que hasta ahora ha estado más relacionado con lo femenino, pero que no es exclusivo de las mujeres y que puede ser una opción maravillosa para salir de los miles de atolladeros donde estamos entrampados como sociedades, países, continentes y humanidad. Solo en Chile, por ejemplo, tenemos conflictos de alta complejidad en el norte del país por los migrantes (al igual que muchos países de Europa, solo que para nosotros es nuevo como conflicto) y otro en la zona de la Araucanía, donde se fusionan miles de hilos casi imposibles de desenredar.
Nueva humanidad
Reconocer los diferentes puntos de vista de cada actor involucrado, conocer su historia, dolores, heridas, anhelos, sus puntos de inflexión parecería un trabajo eterno y poco eficaz para la lógica actual. Sin embargo, para una nueva humanidad, el solo hecho de ser escuchado, visto, edificado, ya es un tremendo avance en la dignidad de cada uno y un paso para una posible convergencia social.
No es sacarle lo ojos a nadie para ponerle a la fuerza los nuestros, sino pedírselos prestados para sentir y gustar cómo vive, y solo desde ahí poder influir unos con otros en un nuevo camino que construyamos entre todos.
De lo micro a lo macro
Este cambio de paradigma que reconoce la dignidad de cada cual y valida su particular modo de mirar la vida comienza en cada hogar y en cada familia. En ella, debe existir una autoridad clara que busque el bien de los que tiene a su cargo, pero que sea capaz de ponerse al servicio de la vida, escucharla, conducirla y sacar lo mejor de ella sin aplastarla a su antojo.
Solo así, esas personas ejercerán un buen ejercicio de la autoridad cuando crezcan y sabrán dialogar y negociar en la diversidad que somos, complementándonos sin querer dominar ni querer el primer lugar. Llegará el tiempo de una colaboración anónima donde seamos conscientes de que somos un tejido interdependiente, que nadie llega a la cumbre solo y que solamente conversando y llegando a acuerdos podremos avanzar.
¿Una coincidencia nada más?
Es interesante ver la abismante diferencia conductual que tienen los bonobos y sus parientes más cercanos, los chimpancés y los gorilas, de los cuales los separa el vasto Río Congo en Centroáfrica. La única diferencia en su hábitat es que en el lado de los bonobos hay mayor abundancia de comida y vegetación natural. A estos se los ha llamado los “hippies”, ya que en su estructura social priman los vínculos y no el dominio ni la lucha entre los machos como dinámica social.
Es más, en vez de existir un macho alfa a cargo de la manada, los “hippies” están a cargo de hembras que cuidan a sus crías hasta una edad bien avanzada y comparten lo que tienen en comunidad. Algunos podrán argumentar que vivimos en un planeta “donde no hay abundancia” y por eso nos comportamos como sus primos los chimpancés, que viven peleando y viendo qué macho domina la manada.
Abundancia natural
Soy de las que creen en la abundancia natural, pero en que está mal distribuida, por lo que bien nos vendría explorar un nuevo paradigma social. No se trata de pasar de un extremo al otro, ni de idolatrar ningún género ni “monería”, pero sí nos vendría bien recordar lo evidente –que todos los prismas son válidos y necesarios– y ponerlo sobre la mesa cada vez que nos pongamos a conversar.
Como mamá, como esposa, como trabajadora, como ciudadana chilena, como educadora, como mujer de mediana edad, cada día me asombro y admiro de la diversidad de prismas que hay. A veces me caigo de espaldas con sorpresas y otras veo mis creencias y mandatos estirándose como mis abdominales con un esfuerzo descomunal. Sin embargo, he decidido no ser burra y sí ser mona y hacer un esfuerzo por pedir prestado los ojos de los demás y tratar de entender su modo de proceder y pensar.
Solo así podré influir en ellos, y viceversa, y crear acuerdos nuevos donde nadie se sienta sometido ni pasado a llevar. Ojalá, esta forma de relacionarnos sea pandemia antes de que las cosas ya no se puedan reparar.