Podríamos hablar hoy de todas aquellas cosas y momentos que marcan un hito en una biografía tradicional: cuántos cargos tuvo, cuándo fue ordenado y qué ha hecho como obispo. Quedarnos solo con el “currículum” del bisbe Toni Vadell sería no poner en valor todo aquello que él verdaderamente ha sido.
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Sus rasgos fundamentales que enmarcan la vida de un gran hombre, en su trayectoria vital relativamente corta, particularmente aquellas huellas que llevaremos en el corazón. De todas ellas, me quiero referir a cuatro:
- La primera es su condición innata de convertirse en una personalidad tan atractiva que hacía muy fácil seguirlo. No era únicamente un gran líder. Tenía un carisma recibido como don, que atraía con humildad y discreción a las personas hacia él; aglutinó a su lado: ilusiones, voluntades, arrepentimientos y hallazgos de vida. Este seguimiento se dio también entre la juventud de Barcelona en el poco tiempo que él fue obispo responsable de la pastoral de los jóvenes. Tanto los ha amado, que en su último mensaje, les dejó lo que hoy desde el recuerdo es un pequeño testamento: la invitación a que los jóvenes sigan unidos en la plegaria y la caridad.
- La segunda huella que quiero destacar es una expresión repetida en sus homilías, sus charlas, sus conversaciones privadas: hay que hacer las cosas porque estamos enamorados del Señor. Escribe y cito “Con el primer anuncio lo más importante no son los valores o las actitudes. Uno, cuando está enamorado, no habla de los valores de su pareja, sino que transmite este amor y tenemos que perder el miedo a decir que somos unos enamorados de Cristo. No te preocupes de explicar, sino de mostrarlo”. También nos dijo: “Tenemos que mostrar a Jesús no como un personaje de la historia, sino como alguien que está vivo en todos nosotros y para enseñarlo, primero tenemos que vivirlo”. Podemos encontrar más testimonios de este modo de entender su fe en las conferencias cuaresmales del año 2020 y también recordado en un encuentro con catequistas de las que he extraído dos perlas: “Los catequistas tenéis que ser cristianos muy enamorados de Cristo. Enamoraos de Jesús. Solo así los niños y jóvenes que la Iglesia y vuestros presbíteros os confían vivirán la experiencia de encontrarse con Jesús, de conocerlo, de proximidad con él. Si sois enamorados de Él, a través de vuestra acción y palabra, podrán descubrir que Jesús es el Señor. Esta es la misión que la Iglesia os confía”.
- En tercer lugar, una huella fundamental: se podría medir el episcopado de un obispo con su gobierno o sus obras. Al Obispo Toni se lo tendrá que medir por los impactos: en las parroquias que visitaba y apoyaba, en la pastoral juvenil y su gran interés por crear una administración curial eficiente, por una organización parroquial de futuro, de una organización catequética y de formación de laicos que como un golpe de martillo sobre la piedra dejan profunda huella que nos recuerda que hay que remachar el trabajo hecho.
- Y la última huella es la de su sufrimiento. En un tiempo que escasamente ha sido de 10 meses, donde hemos pasado del proyecto de futuro a la información de su grave enfermedad, los tratamientos continuados y esperanzadores para salir adelante con su duda permanente de que la vida se le acababa y en estos últimos dos meses el día a día silencioso de ver como su salud, sus energías, iban cayendo. Sorpresas maravillosas de cada largo día donde él extraía fuerzas de allá donde no estaban para poder celebrar con tanta dificultad, pero con tanto sentimiento; con la sencillez sobrecogedora de una liturgia donde conservaba lo más esencial, un nuevo Cristo en la cruz sufriendo calladamente y un obispo joven dolorido celebrando el Sacrificio de la misa. Cuánta emoción había en aquellos momentos y cuánto consuelo con aquellas pequeñas homilías profundísimas, sencillísimas, rotas por el esfuerzo extenuante que convertían aquella sencilla Eucaristía en una visión clara de sacrificio y de resurrección. El afrontamiento sereno de manifestar todos los detalles en sus últimas voluntades.
Y a su lado siempre, permanente fiel, su hermano Joan, tan unido a él. Uno haciendo de Marta, el otro haciendo de María, uno en el sufrimiento y la plegaria, el otro en el servicio discreto, continuado y silencioso apoyado constantemente por Sandra y por el amor y el dolor de la madre, y la ayuda de sus hermanos en el episcopado atentos a tanto dolor y la ayuda del señor cardenal facilitando la estancia en Barcelona y la proximidad de tantos buenos amigos, jóvenes… ¡familias! Y sentir el calor de tantas personas, muchas de ellas anónimas que hicieron de estos momentos difíciles un acompañamiento discreto de servicio y plegaria, haciendo que su final fuera tan humano y tan cristiano: por eso ha sido un gran final. Gracias a todos «por tanto».
Toda la familia del obispo Antoni os da las gracias por este acompañamiento en estas jornadas de dolor y hoy cuando ya lo despedimos, cuando estos momentos son un hasta pronto, seguiremos pensando con el obispo Toni desde el gozo de haber estado con él en esta vida ¡compartido tanto!
Cómo él nos decía hace muy poco, “el Señor no nos ahorra ninguna lágrima pero nos lo da todo, vivir con él y por él, la serenidad de la fe frente las situaciones de tormenta porque tenemos miedo, pero al mismo tiempo pedimos la ayuda del Señor. Somos conscientes que necesitemos seguir en la barca y la comunión de los apóstoles, de hermandad y de estar juntos y esto gracias a Cristo sereno y entregado”.
Para acabar también hacemos nuestras sus palabras: «La muerte de un ser querido nos hace profundizar más en la pregunta: ¿De quién eres Señor para seguirte más y amarte más?»
Desde el aprecio y el dolor que nos oprime: ¡ya no te hace falta profundizar en la pregunta! Seguro que ya estás en la respuesta.
¡Obispo Toni, gracias por tanto!
*Palabras de Ramon Ollé Ribalta, DP, en la misa funeral por el obispo Antoni Vadell Ferrer, celebrada en la catedral basílica metropolitana de Barcelona el 14 de febrero