No hace mucho, la liturgia ofrecía unas lecturas que, bien miradas, resultan un tanto sorprendentes. Una era la que recoge el primer milagro de Jesús según el evangelio de Juan, el de la transformación del agua en vino durante una boda en Caná de Galilea. La otra era la de Mc 3,20-21 (una de las más breves de la liturgia): “En aquel tiempo, volvió Jesús con sus discípulos a casa y se juntó tanta gente, que no los dejaban ni comer. Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque decían que no estaba en sus cabales”.
- PODCAST: Las víctimas de abusos, en el centro
- ¿Quieres recibir gratis por WhatsApp las mejores noticias de Vida Nueva? Pincha aquí
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
La sorpresa de este último texto resulta evidente: ¿cómo se le ocurre al evangelista decir que la familia de Jesús pensaba que no estaba bien de la cabeza? De hecho, los otros evangelistas omitirán prudentemente el dato.
En el caso de la lectura de la boda de Caná, la sorpresa radica, obviamente, en el diálogo que mantienen Jesús y su madre: “Faltó el vino, y la madre de Jesús le dice: ‘No tienen vino’. Jesús le dice: ‘Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo? Todavía no ha llegado mi hora’” (Jn 2,3-4).
Siempre ha llamado la atención la desabrida respuesta del hijo ante la petición de la madre. Los exegetas y comentaristas se han fijado sobre todo en la denominación “mujer” o en la cuestión de la “hora”, tan importante en el cuarto evangelio. No obstante, y a pesar de que Jesús acaba accediendo a la petición de su madre, queda en pie la extrañeza por el tono adusto de la respuesta.
Suejeto al cambio
A este último texto quizá se le podría unir otro más. En concreto, el que se refiere al episodio del encuentro de Jesús con una mujer siro-fenicia o cananea (Mc 7,24-30; Mt 15,21-28). Como se recordará, la mujer pide a Jesús que cure a su hija, poseída por un espíritu impuro (o un demonio malo). Sin embargo, Jesús le dice que solo ha sido enviado a las “ovejas descarriadas de Israel” (Mt 15,24; en Marcos: “No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos” [7,27]).
Ante la argumentación de la mujer (“Tienes razón, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de los amos” [Mt 15,27]), Jesús cambia de actitud y accede a curar a la hija de la mujer pagana.
Quizá, todos estos textos apuntan a que Jesús fue un ser humano a carta cabal, susceptible de cambiar y evolucionar en sus planteamientos, lo cual es tanto como decir que se ajusta perfectamente a las exigencias de la encarnación.