Mantener la pose y cuidar la imagen es fácil cuando las cosas van bien, pero es mucho más complicado en el momento en que las circunstancias se ponen complicadas, por eso resulta tan elocuente lo que mostramos de nosotros en medio de situaciones adversas. Quizá este es el motivo por el que me llama tanto la atención el contraste entre cómo se presentan Zelenski, el presidente ucraniano, y Putin en los medios de comunicación. Mientras el presidente ruso permanece en su despacho vestido con traje, el ucraniano lleva ropa militar y se graba vídeos con el móvil en unas calles destrozadas por la guerra. En medio del conflicto, Putin sigue recurriendo a mesas de longitud extraordinaria para reunirse con sus propios responsables militares, mientras Zelenski publica ‘selfies’ abrazado a los miembros de su gobierno.
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No sé cómo acabará está dramática situación, pero sí resulta evidente qué líder político se está ganando el cariño, la complicidad y el reconocimiento de su pueblo. Entre todas las escenas que llegan en estos días, una me ha llamado especialmente la atención. En una rueda de prensa, Zelenski llega, deja el atril en el que iba a hablar y lo cambia por una silla que coloca bien cerquita de los periodistas, sin distancias que le separen simbólicamente de su gente. Ante esa imagen, no puedo evitar preguntarme cómo vivimos nosotros el liderazgo en el trabajo, en los grupos a los que pertenecemos o en los diferentes ámbitos de la Iglesia.
Sinodalidad
Es fácil que, pretendiendo expresar seriedad y compromiso, nos situemos ante los otros al más puro “estilo Putin”: marcando la distancia, con gesto grave y subrayando las funciones diferentes que cada uno desempeña, vaya a ser que no dejemos claro las tareas de cada uno y trivialicemos lo importante. Por más que esta sea una opción válida, creo que contagiar pasión, alentar al compromiso y propiciar un proyecto compartido resulta más sencillo cuando no hay largas distancias que nos separan a quienes estamos en el mismo barco. Sabernos y sentirnos compañeros de camino, eso que insistimos en llamar “sinodalidad”, conlleva participar de inquietudes, incertidumbres y batallas cotidianas, y hacerlo, además, desde la proximidad.
Como sucede con estos dos gobernantes, solo quien opta por compartir la suerte de su pueblo, sea buena o mala, adquiere autoridad moral. Además, ese gesto de Zelenski ante los periodistas me resuena a encarnación, donde Dios dejó a un lado el lugar desde el que se esperaba que se comunicara y rompió de forma escandalosa la distancia que le separaba de la humanidad. Ser cristiano sería, en realidad, confesar esta dinámica divina con nuestro modo de relacionarnos con los demás, pues la credibilidad de nuestra existencia creyente también nos la jugamos en lo cerca que nos situemos de quienes comparten el día a día con nosotros. Así que, como el ucraniano, abandonemos los lugares lejanos desde los que predicamos y pongámonos bien cerquita de todos.