Dice Jesús en el evangelio que “nada hay oculto que no haya de descubrirse, ni secreto que no haya de saberse y ponerse al descubierto” (Lc 8, 17). Aferrados a esa promesa divina, la Compañía de Jesús y el pueblo salvadoreño llevan más de tres décadas aguardando a que la justicia humana llegue hasta al final y arroje luz sobre uno de los episodios más trágicos en la historia de la orden fundada por Ignacio de Loyola y del pequeño país centroamericano, sumido por entonces en una fratricida guerra civil de doce años (1980-1992) que se cobraría 75.000 vidas y dejaría un número indeterminado de desaparecidos.
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Se trata del asesinato, en la madrugada del 16 de noviembre de 1989, de seis jesuitas –los españoles Ignacio Ellacuría, Segundo Montes, Ignacio Martín-Baró, Amando López, Juan Ramón Moreno y el salvadoreño Joaquín López–, la cocinera de la comunidad, Julia Elba Ramos, y su hija Celina Ramos, en el campus de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA) de San Salvador donde los religiosos residían e impartían clases.
El 5 de enero de 2022, la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia (CSJ) de El Salvador –que en 2020 dictó el cierre del proceso penal y “que no se investigue a los señalados como autores intelectuales de la masacre”– ordenaba que se reabriera el caso. Y el 11 de marzo, hace apenas un par de semanas, el titular del Juzgado Tercero de Paz de San Salvador, José Campos, emitía una orden de busca y captura contra el ex presidente Alfredo Cristiani (1989-1994), decretando su detención tras no comparecer en el juicio.
Caprichos (o no) del destino, lo cierto es que ahora, coincidiendo con estas esperanzadoras noticias, un poderoso vehículo de concienciación como el cine viene a sumarse a ese empeño por saber la verdad y rescatarla de las tinieblas de la impunidad. Lleva por título ‘Llegaron de noche’ –como los asesinos en aquella fatídica fecha– y desembarca en las salas el 25 de marzo, previo paso por el Festival de Málaga.
Al frente del proyecto figura el director Imanol Uribe, un vasco nacido en San Salvador que –aunque con 20 años menos– admite haber llevado “vidas paralelas” con Ignacio Ellacuría, aquel jesuita nacido en Portugalete que acabaría viviendo y muriendo en El Salvador. En distendida charla con Vida Nueva en la sede de la ONG jesuita Entreculturas, y acompañado por el guionista de su último trabajo, Daniel Cebrián, relata cómo pasó “por los sitios que él pasó”.
Y, aun cuando asume tener “una memoria espantosa”, recorre mentalmente su periplo educativo, vinculado siempre a la Compañía de Jesús: el Externado San José en El Salvador, los jesuitas de Indautxu en Bilbao, los jesuitas de Tudela, “donde también estuvo Ignacio Ellacuría”. Incluso, llegó a conocerle personalmente “en una charla que dio en Salamanca”.
Hechos que marcan
Ahora bien, más allá de ese pasado jesuita, Uribe reconoce que “el gusanillo del interés por su figura siempre ha estado ahí”. Como a tanta gente de su generación, le impactó “muchísimo” la matanza de El Salvador, “al nivel del asesinato de Carrero Blanco, de Kennedy o del 11-S: son hechos que marcan”. Y a Ellacuría –subraya– “le admiraba”. Todo ello “se conjura” como germen de su nueva película después de leer la novela Noviembre, de Jorge Galán.
En ella se habla de los jesuitas, de monseñor Romero… pero fue Lucía Barrera de Cerna, empleada de limpieza en la UCA y único testigo de la matanza que decidió declarar, quien reclamó su atención. “Solo se cuenta un poquito su vida”, desvela. Suficiente para que el veterano cineasta encontrara en ese personaje “el desencadenante desde el que hincarle el diente a la historia”: contaría lo vivido por esta mujer y, de paso, hablaría de la muerte de los jesuitas. “Como vehículo narrativo, me fascinaba la historia increíble de Lucía y su defensa de la verdad”, confiesa.
“Lo que es interesante es la historia de Lucía, su conflicto: tiene que optar entre contar la verdad o que la dejen vivir. Y opta por contar la verdad, aunque no la vayan a dejar vivir. Imanol lo vio enseguida; yo tardé en verlo más, pero había que justificar el sueldo”, secunda entre risas Cebrián, que ya ha colaborado con Uribe en anteriores producciones.
Enriquecedoras entrevistas
A partir de ese momento, como guionista, emprendió “una fase de documentación periodística” en la que leyó todo lo que pudo acerca de aquellos acontecimientos. Al principio, hablaron mucho con Jorge Galán, incluso pensaron en comprarle los derechos de su novela, pero “yo sabía ya demasiadas cosas como para hacer la película y, al final, todo terminó donde había empezado Imanol”.
Conocerían luego al padre José María Tojeira (encarnado en la cinta por Carmelo Gómez), provincial de los jesuitas en Centroamérica de 1988 a 1995, que “fue muy generoso con nosotros: grabamos bastantes horas de conversaciones con él en la UCA y ha colaborado desde el primer momento”, recuerda agradecido Uribe. Y a Lucía (Juana Acosta), que resultó “esencial”, y a su marido (Juan Carlos Martínez).
Y es que, tras entrevistarse con este matrimonio salvadoreño, “solo queríamos contar ya la historia de Lucía, que era la idea original de Imanol desde nuestra primera conversación”. De hecho, inicialmente iba a llamarse La mirada de Lucía, pero la premonición de Ellacuría sobre la autoría de su propia muerte (aquí puesta en boca del actor que se mete en su piel, Karra Elejalde) les brindó el título definitivo: “Si me matan de día sabrán que ha sido la guerrilla, pero si llegan de noche serán los militares los que me maten”.
Entrelazar la realidad
Así que, después de encontrarse con unos y con otros, “no hubo que inventarse nada, sino entrelazar la realidad que había”, asegura Uribe. A lo sumo, “fundir” en algún personaje acciones o diálogos de otros. Como es el caso del propio padre Tojeira, que “tuvo mucho protagonismo –apostilla Cebrián–, aunque había más sacerdotes jesuitas adscritos a la universidad que estaban por allí”. “El resto –reitera Uribe– ha sido articular y guionizar la historia, porque la realidad estaba ahí”. Y ese “resto”, fundamentalmente, es la historia de Lucía.
Ella es “la puerta de entrada”, según Cebrián, porque “¡es tan absurda la muerte de los padres!… que hacer una película sobre eso tiene poco interés, más allá de la tragedia que supone”. “Sería contar una historia que todos conocen”, asiente Uribe. “Es una atrocidad sin sentido desde el punto de vista humano –prosigue Cebrián–, a nadie le puede parecer bien aquello, no hay un conflicto. Cuando lees todo en su contexto, es muy fácil seguir la línea que conduce de finales de 1989 al fin del conflicto: aquella matanza aceleró la paz, no el triunfo de la guerrilla; al menos, la capitulación del Gobierno en muchos aspectos”.