En estos últimos días del mes de marzo, a nivel mundial cumplimos un mes de guerra entre Rusia y Ucrania; a nivel nacional, conmemoramos 46 años de dictadura con sangre viva y muerta de muchas vidas y también, nos toca vernos en los 40 años de la guerra de Malvinas.
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Cumplimos años recordando –pasando por el corazón– todo lo que nos afectaron nuestras vivencias más o menos propias, más o menos experimentadas en vivo y en directo o a distancia, más o menos entendidas o comprendidas según la edad y los relatos que nos hayan hecho.
Cada quién sabrá qué le provoca, qué puede analizar de nuestra historia viva de hoy. Más allá de la edad, de los libros, de lo que nos cuenten y de quiénes sean esos interlocutores, lo cierto es que –habiendo destruido ese presente que parece lejano– no se pudo construir demasiado acertadamente el presente en el que estamos inmersos todos y todas, creyentes y no creyentes, sin distinción de raza y género.
Formas de violencia
Por las violencias en las que estamos sumergidos aunque nos parezcan que son parte de algo que no vivimos, por los chicos sin educación que no saben leer y escribir saliendo de la escuela primaria, por el desatino de las guerras cotidianas contra las adicciones y el narcotráfico, por las ideologías que se creen portadoras de verdades supremas y absolutas, por las familias imperadas por el hambre, la falta de techo y de trabajo, por cada una de las personas que sufren de diversas maneras la falta de sentido y valor para sus vidas, hay que volver la mirada a la historia y trabajar para que no se repita.
Los libros de historia no se escriben con nombres y apellidos de la gente común, que somos la mayoría del pueblo. No van a contar que yo no era parte de esto o aquello. Van a decir o relatar de diversas maneras, que hubo un pueblo que no pudo reflexionar profundamente sobre todo lo que significó la dictadura o adhirió a la guerra de Malvinas. Y de eso, no me puedo quedar afuera. No puedo mirar para otro lado o hacer de cuenta o convencerme que “yo no tuve nada que ver”.
El silencio de la denuncia que no se hace, el ninguneo y el desprecio por las personas de dentro y fuera de nuestra Iglesia, la inercia activista con la que calmamos la conciencia, la retórica de las palabras vacías, las jerarquías que se esconden en la pluma de su autoridad, la no aceptación de nuestra misión, la queja con falta de propuesta, la crítica y el juicio despiadado sin conocimiento de la persona en cuestión.
Fundar sobre roca
Y acá las preguntas que insisten: ¿qué habría hecho Jesús en este presente para que no vuelva a suceder?, ¿qué me habría dicho a mí –que me llamó por mi nombre– cuando el pecado colectivo por omisión va en aumento cada día? ¿Qué respuestas nos está pidiendo como Iglesia ante las realidades que no acompañamos? ¿A qué mesa es la que Jesús me está invitando para comer con Él? Y siguen todas las preguntas que a veces no queremos preguntarnos aunque tengamos las respuestas.
Los arquitectos saben que no hay edificio que aguante si no está fundado sobre la roca. Es decir que, para el cimiento de base, hay que cavar hasta llegar a ella. Para poner los fundamentos en una construcción, cualquiera sabe que hay que haber llegado a la roca primero.
Tenemos modelos ejemplares en quienes fueron fundadores y fundadoras. Parece ser que estos santos y santas nunca se sintieron cómodos, no descansaron mucho, trabajaron ardua y eficazmente en la construcción del Reino al que fueron llamados.
El Reino está pidiendo que cavemos y lleguemos a la Roca antes que nada y antes de que venga un viento y nos lleve la casa por haberla hecho sobre arena.
El Reino requiere de aquellos obreros y obreras que quieran fundar futuro en el nombre de Jesús, que es sinónimo de Amor y de pura Esperanza.
El Reino está necesitando que seamos capaces de fundar futuro con una mirada trascendente de nuestra propia historia y de nuestra cronología personal.
Porque el Reino es hoy y crece desde el pie.