Creo que otra de las cosas que he recibido casi por ósmosis desde mi infancia es el gusto por el cine poco comercial. Este hobby es tan notorio que mis amigas no me dejan elegir película, por si decido que veamos una húngara premiada en no sé qué festival alternativo, por ejemplo, sin caer en la cuenta de que el objetivo primordial no es seguir pensando sobre la densidad de la existencia, sino, más bien, distraerse y pasar un buen rato juntas. Este gusto un poco friki no es para encabezar un comentario sobre la gala de los premios Óscar, pues no voy a cuestionar la violencia como recurso, ni tengo intención de hablar sobre los caballeros medievales al rescate de sus damiselas ni sobre los límites del humor. ¡Dios me libre de avivar tal polvareda!
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El caso es que el otro día tuve la oportunidad de ir al cine a ver la última película de Imanol Uribe: ‘Llegaron de noche’. Se supone que el tema del filme es el asesinato de seis jesuitas y dos trabajadoras en la UCA de El Salvador, pero a mí me pareció más evidente que la trama giraba en torno a la siempre conflictiva relación que se establece entre la fuerza del poder y la aparente debilidad de la verdad.
El Evangelio según Marcos y Mateo
La protagonista encarna la firme dignidad de quien se aferra a lo que ha visto y no puede negar, permaneciendo fiel a ella misma por encima del empeño demoledor de los poderosos. A lo largo del metraje se dibuja muy bien ese miedo atroz que provoca la entereza de los débiles en todos aquellos que se creen omnipotentes e inmunizados ante todo. Se trata de ese temor casi ridículo que, con gran finura psicológica, describe la Escritura. Es el miedo del prepotente faraón ante la desconcertante amenaza que intuye en un pequeño grupo de esclavos que pretende salir del país. Es el pavor grotesco de Herodes temblando ante un bebé nacido en una aldea insignificante (Mt 2,3). Es, como vamos a celebrar en unos días, el peligro que la élite judía de Jerusalén descubre en un aldeano de Nazaret (Mc 14,1).
La película trata del precio de la verdad, del temor de quienes ven amenazada su porción de poder, sea pequeña o grande, y de las múltiples maneras con las que se pretende comprar la propia honestidad. No nos engañemos. Aunque no contratemos sicarios para dar muerte a quienes nos estorban o no presionemos hasta la extenuación a quien puede poner en riesgo nuestro dominio, estas dinámicas se dan en nuestro día a día, de modo claro o de forma tan sutil y discreta que nos pueden llegar a pasar inadvertidas. Quizá en diminutivo, pero podemos ser cada uno de los personajes de la película. Aun así, no olvidemos que la débil verdad siempre acaba venciendo al poderoso, por más que a veces no lo veamos.