El filósofo de la ciencia y la tecnología, Bernard Stiegler, mantenía hace casi dos décadas que “hay que reconstituir la creencia”, a la vez que apuntaba la necesidad de reunificar tecnología, pensamiento y espiritualidad. Imaginaba, precisamente, lo que muestra la exposición Máquina mística en los madrileños Teatros del Canal: veintidós instalaciones que sondean los vínculos contemporáneos entre la más moderna tecnología, el pensamiento contemporáneo y la persistencia de la religión.
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“Los misterios de la vida, las fuerzas invisibles, los secretos de lo que está vivo y del alma, son a la vez la fuente de numerosas investigaciones científicas que siempre han intentado descubrirlos, desentrañarlos, pero estos misterios siguen siendo un terreno fértil para todo tipo de creencias y para ritos sagrados”, afirma su comisario, el francés Charles Carcopino.
He ahí que en los vestíbulos, los pasillos, los estudios e incluso la cafetería de los Teatros del Canal –y dentro del festival Canal Connect, que, hasta el 17 de abril, pone de manifiesto el impacto de la revolución científica en las artes escénicas– se hayan colocado performances que incluyen la campana y los préstamos religiosos en la tecnología digital, los rituales sanadores de la música sacra, un coro virtual que entona el Hallelujah de Leonard Cohen, las vibraciones de los fluidos místicos, lápidas virtuales en las que se manifiestan los muertos desde el infierno o una representación del Paraíso a través de la sombra, el eco y el reflejo. “Son instalaciones que abordan la evolución de las espiritualidades y creencias en el presente”, como afirma la bailarina y coreógrafa Blanca Li, directora de los Teatros del Canal, gestionados por la Comunidad de Madrid.
El campanario de la aldea global
Seis de ellas son de Filipe Vilas-Boas, artista portugués afincado en Francia. “Estoy aquí en Canal Connect con seis piezas, seis instalaciones que mantienen una conexión con el uso de la tecnología y la parte espiritual de ella”, señala. Destaca sobre todas The Notification Bell, donde redefine la campana como “el instrumento sagrado de la economía de la atención”, según describe el propio Vilas-Boas. “Este proyecto examina las similitudes y los préstamos religiosos de la tecnología digital referidos a la campana y el papel del sonido en nuestras aplicaciones contemporáneas”, manifiesta entre tañidos y campanarios.
Situada en el vestíbulo de la Sala Roja, Vilas-Boas apunta cómo la campana ha transformado su uso: “En el simbolismo cristiano, la campana es el cuerpo y la palabra de Dios. Su función es reunir al pueblo para escuchar la palabra del Salvador. Hoy apenas se fabrican campanas para las iglesias. Y, sin embargo, nunca habíamos producido y utilizado tantas campanas y sonidos de aviso como ahora, con las notificaciones crepitando en ordenadores y bolsillos. En cierto modo, el proyecto vuelve a situar el campanario en el centro de la aldea: una aldea global, en la que los rostros miran ahora una pantalla”.
Reflexión irónica
Vilas-Boas centra gran parte de su reflexión –con notable presencia de la ironía– en las redes sociales y en la muerte de la privacidad, como proclama en RIP (Rest In Privacy). Lo hace también en Carriying the Cross, en donde una monumental ‘f’, imagen gráfica de Facebook, es transportada como un madero listo para la crucifixión. En Mixed Feelings explora cómo, a través del reconocimiento facial, de las expresiones y de las emociones de los rostros, es posible crear música en tiempo real.
En My timeline is on fire, collage de vídeos del incendio de Notre-Dame de París, equipara la necesidad contemporánea de compartir los acontecimientos dramáticos en las redes sociales con la antigua práctica del fuego ritual. En The Punishment, la sexta y última instalación, un robot ejecuta un castigo preventivo por su posible desobediencia futura, lo cual le sirve para preguntar: “¿Cómo introducimos la ética en la robótica?”.