No parece cuestionable. Estamos sumidos en un escenario dominado por la idea de que la verdad no existe. Los intereses económicos y políticos de unos pocos se han convertido en los dinamizadores últimos del devenir de la humanidad. El desprecio a la vida del hombre es una constante cuando buscamos defender lo nuestro. Presenciamos un baile continuo entre la información y la desinformación que condiciona la conciencia de la ciudadanía y la pone al servicio de unos o de otros.
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Ahora que vivimos asomados al escaparate de la invasión de Ucrania, es fácil evidenciar que esto es así. Pero siempre lo fue. Las personas que ostentan poder político, ideológico o económico, se esfuerzan por tener de su parte a la ciudadanía a cualquier precio y siempre prefieren prescindir de aquellos que puedan desestabilizar el estatus quo que les es propicio. ¿Cómo si no podemos explicar las más de diez guerras activas actualmente, o la diferencia abismal entre las condiciones de vida en los países ricos y los países pobres, e, incluso, dentro de los propios países; o el expolio y la destrucción de los grandes bosques del planeta; o la indiferencia ante el cambio climático; o el drama de los campos de refugiados; o el dolor y la muerte de los que día tras día salen de su país buscando un futuro más esperanzador?
La Pasión según San Juan
Si estuvieron atentos a la Pasión según San Juan, leída el pasado día de Viernes Santo, no hay línea que no describa esta dinámica ignominiosa a la que, de manera permanente, está sometida la humanidad entera. El evangelista nos narra como los sacerdotes convencen al pueblo de la necesidad de matar a un hombre, como el pueblo se convierte en turba, como la mentira consciente se acepta como argumento, como la verdad del hombre que va a ser ajusticiado se desprecia, y como el poder político mira a otro lado para evitar problemas y prefiere condenar a un inocente.
El guión de San Juan es perfecto. Imagino que algo así les hubiera gustado escribir a Bertolt Brecht, a Albert Camus o a Ken Loach en su afán por denunciar el sufrimiento de los indefensos a causa de la ambición de otros.
Y, ¿qué nos quiere contar Dios con todo esto? Quizá, ofreciéndose a morir, nos quiso hacer entender, entre otras muchas cosas, el valor de la dignidad del hombre por encima de todo, la misericordia como auténtico camino de justicia y el acceso a la verdad a través del sufrimiento del prójimo.
Conviene sacudirse el polvo.