Él les dijo: “¿Qué conversación es esa que tienen mientras van de camino?” (Lc. 24, 13-35).
Es normal que los seres humanos soñemos con transitar por los grandes caminos, si posible, acompañado del elogio y agradecimiento de los seres queridos, los vecinos y la gente en general. Lo común, sin embargo, es que pasemos la vida caminando por “veredas”, solos o con compañía escasa cuando las cosas van mal y lejos de los triunfos y los honores. Hay gente que vive mucha frustración por esa distancia ente lo soñado y lo vivido. Pero también hay gente que, caminando por las humildes veredas, sus vidas son cantos a la esperanza y testimonio de algo más grande.
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El otro día estuve visitando un enfermo. Aquel viejo amigo, entrado en años, rodeado de mucha pobreza, con dolores en tantas partes del cuerpo, que uno se dolía de apenas verle. Sin embargo, era ese querido viejo el que había asumido la tarea de consolar a sus parientes y visitantes. A los que le expresaban su pena, aquel hombre les contestaba que su enfermedad era nada, que mucho más sufrió Jesucristo. Decir que el cuerpo es un templo vivo del Espíritu Santo, así, como quien repite una fórmula trillada con la que se saca buena nota en la clase de teología es una cosa. Verlo en acción, ser testigo de la valentía recia y amorosa de un ser humano en su lecho de muerte, es algo muy distinto. Nos ofrece otro nivel en el conocimiento, algo más grande.
Comparo todo esto con la experiencia, también vivida, en la lucha por la “defensa del ambiente”, por ayudar a salvar el planeta tierra de la destrucción infligida por el propio ser humano, al que Dios encomendó gobernar, administrar nuestra Casa común. Veo cómo los discursos científicos y sociales buscan “grandes caminos” y sus proponentes se esfuerzan por movilizar las grandes masas humanas para la defensa heroica de la naturaleza como el hábitat necesario para que no se extinga la humanidad. Pero esa defensa de campeadores tiene una “cara humilde”, que es la de los millones y millones de seres humanos que andan por las veredas de la vida, sin los grandes heroísmos que valen titulares de periódicos sino sembrando en sus orillas la vida y vida abundante, porque es la que nos recuerda que “hay algo más grande”.
‘Laudato si”
Por eso, considero urgente y necesario que se intensifique el llamado que hace nuestro querido papa Francisco en ‘Laudato si” sobre la “ecología integral” cuando dice: “Hago una invitación urgente a un nuevo diálogo sobre el modo como estamos construyendo el futuro del planeta. Necesitamos una conversación que nos una a todos, porque el desafío ambiental que vivimos, y sus raíces humanas, nos interesan y nos impactan a todos” (#14).
Porque es en ese diálogo común y sencillo a través del cual marcamos la vida verdadera de la que somos responsables mientras transitamos por las veredas de nuestro mundo. Y por esas veredas es que podemos ver de verdad el dolor de los pobres, de los que están más indefensos ante la destrucción justificada por las ganancias del ambiente del que todos dependemos para vivir. Es en esas veredas donde el gas de verdad pela (como dicen en mi pueblo), donde la escasez que hemos provocado en los recursos de agua se traduce en sed física inmediata, en falta de higiene que mata. Es por allí donde encontramos a los pescadores con redes, pero sin bancos de peces, donde la gente no tiene con qué pagar acondicionadores centrales de aire para aliviarse del calentamiento de la atmósfera. Es por esas veredas donde de verdad veremos el sepulcro al que hemos echado al hermano necesitado, imagen viviente y doliente de Cristo, de algo más grande.
Pero no nos quedemos en la contemplación. Los que su trabajo es andar por los grandes caminos y los que tenemos, como los curas, la vocación de acompañar al pueblo por las veredas, aprendamos del hermano enfermo y mantengamos la esperanza, porque más allá de los caminos y las veredas, hay algo más grande.