‘El segundo sexo’, de Simone de Beauvoir, es su libro más conocido. Sin embargo, ‘La vejez’ es también un texto de gran relevancia. En él, la compañera necesaria de Sartre -tuvieron ambos otras relaciones contingentes- profundiza las diferencias socio-culturales entre los viejos y las viejas. Mientras a aquéllos en todas las culturas se les otorga el calificativo de sabios, a éstas se les considera como un estorbo y, en no pocos casos, malvadas como las brujas.
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Tal referencia me vino a la mente cuando leí lo que acaba de declarar el Papa el pasado miércoles, refiriéndose a las suegras: “No son ustedes el diablo, pero tengan cuidado con su lengua”.
Francisco de Roma, fiel a su tiempo, repite el estereotipo que se tiene de esas damas: muy dadas al chisme, a los enredos, y a amarrar navajas contra la nuera. Celosas por la pérdida de su junior, arrebatado por los malévolos encantos de la pérfida tipa que lo alejó de sus cuidados, las suegras, a diferencia de las abuelitas pacíficas de cabellos blancos, que tejen la chambrita en su mecedora, emprenden una batalla diaria contra su más joven rival.
Es cierto que el Papa pide comprensión hacia ellas y hacerlas felices, pero asumir esa concepción de la mamá del esposo no sólo refleja un subyacente patriarcado, sino pone al sucesor de Pedro en una época que pareciera irse dejando atrás.
Esta posición es compartida por muchos clérigos que, entre bromas y chascarrillos, colocan a esas señoras en el patíbulo, prestas para ser quemadas por la actual inquisición de las redes sociales.
Por fortuna, tanto el feminismo laico como las teologías elaboradas por mujeres han venido cambiando esta visión de las cosas, abriendo rutas de reflexión que tienden a equiparar roles sociales, y que buscan comprender y respetar lo que en especial piensan y sienten las mujeres.
Convendría, entonces, no generalizar, y aceptar que también hay suegras discretas y respetuosas del matrimonio de sus hijos, colaboradoras y cuidadoras de los nietos, amigas, en una palabra, y dispuestas siempre a servir.
Y con eso de que son chismosas: ¿Cuántos cotilleos se comparten en las juntas de los presbiterios? ¿Y en las de los obispos? ¿Será que todos los curas y monseñores son también chismosos?
Pro-vocación
Esperanzador el mensaje de los obispos mexicanos al concluir su reciente asamblea: “Ante estas realidades que tanto nos lastiman, nos comprometemos a ser una iglesia más sinodal y solidaria, y recordamos que ni la cultura de la muerte, ni la violencia, ni la mentira, ni el mal, tendrán la última palabra”.