Tribuna

Conflicto de imágenes

Compartir

Hace unos días, mi oftalmólogo* me regaló este título. Fue gracias a una explicación respecto de una operación de cataratas y la implantación del lente intraocular. Entre la intervención de un ojo y el otro, se produce un desfase en la visión, ya que un ojo ve como nuevo y el otro aún ve sin corrección.



Así como la física y otras disciplinas científicas suelen ser modelos para la explicación de diversas hipótesis y teorías, en este caso pensé que, esta manera de decir, nos permite acercarnos a algunos de los fenómenos y sucesos de nuestra vida actual, en relación con lo social, con lo cultural y con nuestra (in) capacidad de abordarlos como Iglesia que quiere ser sinodal.

Ya de manera corriente, se suele decir que la vida es conflicto y que está de nuestra parte acercarnos a las soluciones. También hoy, cuando nos referimos a la resolución de conflictos, hablamos de diálogo y de paz. Sostenemos que hay varias clases de conflictos y que a cada uno de ellos le corresponde una resolución particular.

Pensando en la actualidad de nuestra Iglesia, en los diferentes niveles discursivos, con sus correlatos de opinión para encarar los cambios que nuestra época impone se me ocurre que aceptar, reflexionar y encarar los conflictos de imágenes que tenemos es fundamental para comprender el camino sinodal que se nos propone y que nos incluye a todos y todas, cualquiera sea la geografía que transitemos.

Imágenes en conflicto

La primera pregunta que aparece: ¿cuál es la imagen de Dios que tengo y/o tenemos? Hoy nos encontramos con diversas miradas y visiones según sea nuestra vida en sociedad, nuestra manera de ser creyentes y nuestra historia comunitaria.

Cuánto nos cuesta no caer en una vida dentro o fuera del templo, dentro o fuera de la Iglesia, que se presenta como casi paralela o por lo menos disociada. Los ladrillos del templo suelen matar a las personas de afuera. Y ya sabemos que si no salimos, difícil va a ser que alguna vez entren.

¿Cómo salimos hacia ese espacio exterior que se nos muestra roto, desvalido, pobre, desilusionado, devastado y con muchas ganas de tener un horizonte de sentido? Para salir ─cada quien con sus también pobres heridas abiertas y cicatrices en proceso─ hace falta parar un rato y hacer silencio. Hay que reflexionar muy seria y verdaderamente cuál es la imagen de Dios que se observa a modo personal  y cuál es, en la suma comunitaria, la que estamos difundiendo.

Suele ser difícil el encuentro con mi interioridad porque tengo borrosa la imagen de mí misma y si no me dirijo decididamente a mi relación con Dios, esa imagen se diluye en el mar del desamor. Me quedo sin filiación. No tengo origen, ni pertenencia, ni identidad.

Tenemos conflicto de imágenes cuando no tenemos una relación personal ─dialogal, sencilla y afianzada─ con cada una de las más bellas, buenas y verdaderas personas que podemos encontrarnos: las tres personas de la Trinidad.

Humanizar la vida

De nada me sirve tener la imagen de mi Dios omnipotente, omnipresente, supremo, omnisciente (palabras que muchas veces repetimos sin saber la extensión de su significado), si no entra en mi cabeza, ni en mi piel, ni en mi corazón, que ese Dios está cuando Jesús se hace presente en mi vida como ser humano total. Hoy podemos reconocer una súplica en un grito ahogado y siempre insuficiente: Dios, quiero ser humano.

Humanizar la vida es volver una y otra vez a pensarme como quien no puede cobrar vida sin la mirada del otro. Si quienes están fuera de mí, no me nombran o no me miran, no existo ni me sostengo. Humanizar la vida está dado por esa mirada que Jesús tiene sobre mí, para mí, sólo cuando me permito mirarlo a Él en el que sufre, reconociéndolo vivo. Es un ir y venir de miradas, es un diálogo de silencioso amor. Y desemboca en el abrazo puro.

Y también tenemos conflicto de imágenes cuando seguimos sin entender que estamos en tiempos del Espíritu Santo y no podemos explicar la diferencia entre el alma y el espíritu.  Camino a Pentecostés, podemos abrirnos al encuentro de nuevas palabras y también de nuevas experiencias que nos lleven al equilibrio que nuestro cuerpo, nuestra alma y nuestro espíritu están necesitando.

Tenemos conflicto de imágenes cuando hablamos de memoria y doctrinalmente, cuando no podemos reconocernos como expertos en humanidad, citando palabras de Francisco.  Y eso, no requiere de ningún título profesional, sólo la expertise de quien transita la vida asumiéndose pobre.

Santisima Trinidad

El temor ante la complejidad

La pandemia permitió que nos anotemos en cursos, talleres, seminarios y diplomaturas de toda índole y eso no está mal. Es más, habla de la necesidad vital de saber y conocer un poco más. Sin embargo, cuando nos pasamos horas de zoom para sumar un certificado y no salimos a aplicarlo en la realidad de los vivientes que nos circundan, estamos haciendo agua.

Y, sobre todo, cuando no sabemos armar el poliedro que nos permite el acceso a una comprensión mayor, con una reflexión profunda y actualizada, con el pensamiento en red, con una inteligencia colectiva que nos impone, entre otras cosas, integrarnos plenamente a los procesos de pensamiento creativo.  Aquello que está pidiendo Francisco muy claramente, esa voluntad creativa que nos mostró a través de José, en la Patris Corde.

Es indudable que la complejidad trae impotencias, incomodidades y todo tipo de desestructuraciones. Quizá debamos tirar el sillón en el que nos acomodamos desde antes de la pandemia ─que no tiene la culpa de todo─ y poner la mirada en resolver esto con nuevos anteojos.

El miedo paraliza, el temor es creativo. Confiando en la novedad permanente de Dios, concebirnos como corresponsables y buscar entre todos y todas los nuevos rumbos y las nuevas posibilidades puede ser la manera más hermosa de ser respuesta en este tiempo. Porque de eso se trató y se trata siempre y ésa es la responsabilidad que nos distingue: ser comunidad en Comunión.

Pensamiento en red

Cito aquí a Sonia Abadi*: el concepto de pensamiento en red integra los nuevos descubrimientos acerca de las leyes que rigen el comportamiento de las redes complejas. Estas leyes se cumplen también –y esto es lo más novedoso – en las conexiones neuronales y en el estudio de los procesos de pensamiento creativo. Traduciendo, el pensamiento en red es aquel que obra cuando nos juntamos, cuando trabajamos en equipo, porque hoy, no alcanza con un pensamiento lógico y/o lineal, sólo mío.

Y nosotros, cristianos creyentes, que vamos todos los domingos a buscar la Comunión, a veces creemos que cuando salimos de Misa, ya está y todo es mágico y ese Dios que tenemos hace la obra y listo.

Al poner las mentes en red, las fuentes de inspiración surgen del ambiente en el que operan, dice Abadi. Y podemos agregar que, al poner la mente y el espíritu en red, surge la corresponsabilidad tan necesaria para que nuestras comunidades tengan vida a la manera de Jesús.

Hacia afuera y hacia adentro, se genera así una ecología de los recursos humanos con un desarrollo sostenido e inagotable, asegura Sonia Abadi y agrega que, de esta manera, valores como la responsabilidad social (de la empresa) dejan de ser apenas un compromiso de buena voluntad para convertirse en rasgos intrínsecos a ella.

Me resulta muy significativo que, teniendo nosotros todo el andamiaje como Cuerpo de Cristo, como comunidades de creyentes que se nutren del amor de Dios, la humanidad de Jesús y el soplo del Espíritu, no estemos viendo el potencial de nuestra Iglesia toda. Porque pareciera que las empresas nos están copiando.

Salgamos del silo propio para compartir e intercambiar las semillas del conocimiento y la sabiduría y extender las redes que permitan habitar un nuevo tiempo, adentro y afuera, que son la misma cosa.

Palabra del Señor

Mi oftalmólogo me dijo hoy que, ya operado el otro ojo, todo tiende a encauzarse porque ambos ojos respiran juntos y se van acomodando los neurotransmisores para esa nueva visión de conjunto.

Todo este proceso me recordó las palabras de Lucas, expresando: La lámpara del cuerpo es tu ojo. Cuando tu ojo está sano, todo tu cuerpo está iluminado; pero si tu ojo está enfermo, también tu cuerpo estará en tinieblas. Ten cuidado de que la luz que hay en ti no se oscurezca. (Lc 11, 34-35)

El ojo sano lo cultivamos por la presencia del Espíritu Santo, con la comunión y en comunidad. El ojo bueno es el que puede aceptar y respetar los procesos de cada persona, porque este proceso empieza por casa, alineando los dos ojos de mi mente con el corazón.

Que camino a Pentecostés podamos aceptar el conflicto de imágenes personales que tenemos con nosotros mismos y entre nosotros dentro de nuestra vida eclesial para adherirnos plenamente a la vida viva y presente de la Iglesia de Jesús.

Que nos permitamos entrar en la red que tejen incansablemente Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, desde esos tres nodos donde toda armonía, libertad y paz se hace posible.

 

*Roberto Saieg, Neuquén
**Pensamiento en Red, Sonia Abadi: https://soniaabadi.com.ar/wp-content/uploads/2020/03/Pensamiento-el-Red.pdf