El Papa Francisco, durante la homilía de la misa por la canonización de diez nuevos santos, lamentó que “hemos erigido un ideal de santidad basado excesivamente en nosotros mismos, en el heroísmo personal”, olvidando que “el amor que recibimos del Señor es la fuerza que transforma nuestra vida”. Por ello, destacó el ejemplo de los nuevos santos, que “se desgastaron por este amor y llegaron a ser reflejo luminoso del Señor en la Historia”.
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Ante una plaza de San Pedro abarrotada, el Papa quiso desgranar el evangelio del día destacando el mandamiento del amor, y poniéndolo en relación con el acto de canonización. “Consideremos dos elementos esenciales de este mandamiento: el amor de Jesús por nosotros —así como yo los he amado— y el amor que Él nos pide que vivamos —ámense los unos a los otros”.
El pontífice quiso destacar “cómo nos ha amado Jesús hasta el extremo, hasta la entrega total de sí. Impacta ver que pronuncia estas palabras en una noche sombría, mientras el clima que se respira en el cenáculo está cargado de emoción y preocupación”. Así, repaso uno a uno, algunos de esos vocablos: “Emoción porque el Maestro está a punto de despedirse de sus discípulos. Preocupación porque anuncia que precisamente uno de ellos lo traicionará. Podemos imaginar qué dolor tendría Jesús en su alma, qué oscuridad se acumulaba en el corazón de los apóstoles, y qué amargura ver a Judas que, después de haber recibido del Maestro el bocado mojado en su plato, salía de la sala para adentrarse en la noche de la traición”. Con todo ello, Jorge Mario Bergoglio concluyó que “en las tinieblas y en las tempestades de la vida lo esencial es que Dios nos ama”.
Amor incondicional de Dios
Este es el anuncio central en la profesión y en las expresiones de nuestra fe, afirmó el Papa, y “no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero” (1 Jn 4,10). No lo olvidemos nunca, aseveró, es un amor “que no hemos merecido”, sin embargo “somos amados”. “No son nuestros talentos y nuestros méritos los que están en el centro, sino el amor incondicional y gratuito de Dios, que no hemos merecido. En el origen de nuestro ser cristianos no están las doctrinas y las obras, sino el asombro de descubrirnos amados, antes de cualquier respuesta que nosotros podamos dar”.
“El mundo quiere frecuentemente convencernos de que sólo valemos si producimos resultados”, continuó. Pero “el Evangelio nos recuerda la verdad de la vida: somos amados”. El Papa afirmó que esta verdad “nos pide una conversión en relación con la idea que a menudo tenemos sobre la santidad. A veces, dijo, insistiendo demasiado sobre nuestro esfuerzo por realizar obras buenas, hemos erigido un ideal de santidad basado excesivamente en nosotros mismos, en el heroísmo personal, en la capacidad de renuncia, en sacrificarse para conquistar un premio”.
Una meta inalcanzable
De este modo, Francisco señaló que “hemos hecho de la santidad una meta inalcanzable, la hemos separado de la vida de todos los días, en vez de buscarla y abrazarla en la cotidianidad, en el polvo del camino, en los afanes de la vida concreta”, Y afirmó que ser discípulos de Jesús es caminar por la vía de la santidad y, ante todo, dejarse transfigurar por la fuerza del amor de Dios:
“El amor que recibimos del Señor es la fuerza que transforma nuestra vida, nos ensancha el corazón y nos predispone para amar. Por eso Jesús dice —y he aquí el segundo aspecto— “así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros». Este así no es solamente una invitación a imitar el amor de Jesús, significa que sólo podemos amar porque Él nos ha amado, porque da a nuestros corazones su mismo Espíritu, Espíritu de santidad, amor que nos sana y nos transforma”. Por eso, podemos amar, en cada situación y con cada hermano y hermana que encontramos.
“¿Qué hago por los demás?”
Francisco preguntó “¿cómo vivimos este amor, qué significa vivir este amor. Debemos recordar que, antes de este mandamiento, Jesús les lavó los pies a sus discípulos; y después de haberlo pronunciado, se entregó en el madero de la cruz, por tanto: Servir significa no anteponer los propios intereses, desintoxicarse de los venenos de la avidez y la competición, combatir el cáncer de la indiferencia y la carcoma de la autorreferencialidad, compartir los carismas y los dones que Dios nos ha dado. Preguntémonos, concretamente, ‘¿qué hago por los demás?’ y vivamos las cosas ordinarias de cada día con espíritu de servicio, con amor y silenciosamente, sin reivindicar nada”.
Bergoglio insistió: “Dar la vida, que no es sólo ofrecer algo, como por ejemplo dar algunos bienes propios a los demás, sino darse uno mismo, afirmó, es salir del egoísmo para hacer de la existencia un don, estar atentos a las necesidades de quienes caminan a nuestro lado, gastarnos por quienes tienen necesitad, tal vez también de ser escuchados, de nuestro tiempo, de una llamada”. En este sentido, dijo que “cuando alguien me pide consejo, le pregunto ‘¿das limosna?’ y siempre contestan ‘sí’. Entonces les cuestiono, ‘¿pero tocas la mano de la persona a la que le das la limosna? ¿le miras a los ojos?’. Eso es amor”
Mirar a los ojos
“La santidad no está hecha de algunos actos heroicos, sino de mucho amor cotidiano. ¿Eres consagrada o consagrado? Sé santo viviendo con alegría tu entrega. ¿Estás casado? Sé santo amando y ocupándote de tu marido o de tu esposa, como Cristo lo hizo con la Iglesia. ¿Eres un trabajador? Sé santo cumpliendo con honradez y competencia tu trabajo al servicio de los hermanos. ¿Eres padre, abuela o abuelo? Sé santo enseñando con paciencia a los niños a seguir a Jesús. ¿Tienes autoridad? Sé santo luchando por el bien común y renunciando a tus intereses personales”.
Por último, recordando a los nuevos santos, el Papa destacó que vivieron la santidad así: “se desgastaron por el Evangelio abrazando con entusiasmo su vocación —de sacerdote, de consagrada, de laico—, descubrieron una alegría sin igual y se convirtieron en reflejos luminosos del Señor en la historia“. Intentémoslo también nosotros, afirmó, porque todos estamos llamados a la santidad, a una santidad única e irrepetible. Sí, el Señor tiene un proyecto de amor para cada uno, tiene un sueño para tu vida. Acógelo. Y llévalo adelante con alegría”.