Moncloa ha dado luz verde a la reforma de la ley del aborto, que recupera la eliminación del permiso paterno para que las menores puedan interrumpir su embarazo y multiplica las facilidades para que se ejecute, eliminando cualquier período de reflexión y administrando píldoras de última generación.
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Al amparo de otras medidas en defensa de los derechos de la mujer, como la mediática baja por regla dolorosa, el Gobierno de coalición apuesta una vez más por soluciones a brochazos para resolver cuestiones con un trasfondo más que complejo desde el punto de vista social y bioético.
Arrinconados los derechos del no nacido, la norma protege a quienes deciden abortar, pero no recoge iniciativa alguna que apueste por respaldar y alentar la maternidad entre quienes se encuentran en un contexto de vulnerabilidad manifiesta.
Tender la mano
La Iglesia denuncia este atentado contra la vida por la vía rápida, pero no condena a las mujeres. Es más, a la vez que acrecienta su beligerancia contra el aborto, es la única institución que tiende la mano para abrazar y dotar de recursos psicológicos, afectivos y económicos a todas y cada una, sea cual sea la opción que hayan tomado.